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Patriarcado del salario y productor de mercancías

(Informe de Samuel Isaac RR,

"El problema de lo social", UOC / junio 2021)



  1. Reexaminando los vínculos entre capitalismo y patriarcado

En los siguientes párrafos ahondaremos en la obra de dos teóricas del feminismo contemporáneo, Silvia Federicci (Italia, 1942–) y Roswitha Scholz (Alemania, 1959–), con la intención de emprender una re-lectura de los vínculos conceptuales entre las tesis de emancipación feministas y los análisis del legado marxista, ensamblándolos gracias a las posturas de estas autoras en una mutua re-interpretación que irá más allá de las corrientes clásicas del feminismo marxista. A través de una crítica revisionista e intertextual de la tradición epistemológica de la modernidad, sus aportaciones diagnostican de forma incisiva los tejidos co-determinantes entre la explotación capitalista y la naturalización sexista del patriarcado. Si bien estas pensadoras subrayan que Marx no fue capaz de analizar la subyugación histórica de la mujer, ni comprendió la reproducción como un área de trabajo, consideran que sus textos son decisivos para la herencia crítica del feminismo.


Federicci expone varias dimensiones de contribución: en primer lugar, su concepto de la historia en tanto que lucha de clases [dialéctica de liberación], cuya conflictividad social deniega la perspectiva fundamental de un sujeto universal abstracto; por otro lado, la des-esencialización de la naturaleza humana, antaño leída como sustancia inmutable e ideal, que Marx interpreta como producto material de las relaciones sociales [históricamente determinadas]; esta posición es compartida por la pugna contra la naturalización del género femenino (lo cual exige deconstruir la imposición disciplinaria y discursiva de formas de ser, atributos genéricos y roles que son pre-comprendidos como rasgos inherentes y ubicuos a la psique de la mujer); y así junto a otras intersecciones, como replantear los vínculos entre lo teórico y lo práctico en tanto que dinámicamente constituidos por el intercambio social (y no por ideas o acciones individuales), además de la hermenéutica del trabajo como fuente productiva de la riqueza y eje neurálgico de la acumulación capitalista.


No obstante, aunque Marx acusa la opresión burguesa a la mujer, su esclavización en la familia como propiedad privada, el empobrecimiento obrero ligado a la prostitución o la apropiación varonil del trabajo de la mujer, el planteamiento de su crítica al desarrollo del capitalismo occidental se basa en la producción fabril de mercancías y en la figura del obrero industrial, por lo que resulta insuficiente a la hora de abordar las formas patriarcales de explotación a las mujeres, así como el trabajo de reproducción, el cuidado, las labores domésticas y la sexualidad, que más tarde serán problemáticas matrices del feminismo. Únicamente argumenta que la fuerza de trabajo no es dada natural o gratuitamente, por lo que necesita el proceso de reproducción de la misma como mecanismo integral de la producción de valor.


2. S. Federicci: trabajo de reproducción y patriarcado del salario


Hasta mediados del s.XIX la clase obrera, debido a condiciones de explotación absoluta, con jornadas excesivas sin apenas remuneración, sufría altas tasas de mortalidad infantil, poca esperanza de vida y dificultades reproductivas. Según Federicci, los textos marxistas denuncian al detalle esta situación, pero no dan cuenta de los subsiguientes procesos de reforma familiar y socio-económica que generan nuevas jerarquías patriarcales. En el fondo, tanto Marx como Engels creen que el desarrollo industrial y tecnológico del capitalismo, al reducir la necesidad de fuerza física en los procesos laborales, da comienzo a una introducción de las mujeres en la fábrica, su liberación del trabajo a domicilio y de la vigilancia patriarcal, ergo a la cooperación entre hombres y mujeres de formas cada vez más igualitarias. Asimismo, creen que que estas revoluciones generan “población excedente” para la renovación de la fuerza de trabajo, por lo que no atisbaron el control prohibitivo sobre la natalidad, no vieron la asimetría de poder en torno a las relaciones sexuales ni consideran la reproducción como un área efectiva de trabajo.


Sin embargo, la constitución de la familia nuclear proletaria muestra una dirección contraria a la del progreso igualitario. Desde finales del s.XIX, esta reforma corre pareja al tránsito de las industrias ligeras (textil) a las industrias pesadas (metalurgia, carbón), por lo que se necesitará mano de obra fuertemente productiva, de modo que se duplica el salario masculino a la par que se expulsa a las mujeres de las fábricas, determinándolas a trabajos de reproducción invisibilizados y labores domésticas que no serán remuneradas, hasta establecer su dependencia total del salario familiar, generado en exclusiva por hombres. Este fenómeno de re-ordenamiento social sirvió para impulsar el desarrollo histórico del capitalismo y supone, para Silvia Federicci, la gestación del patriarcado del salario, cuyo poder disciplinar rompe la familia en dos partes, la asalariada y la no-reconocida, derivando en una nueva desigualdad jerárquica donde el varón con salario vigila, se apropia y disfruta del trabajo reproductivo y no pagado del sexo femenino.


Según Federicci, este proceso de re-estructuración familiar y cultural recrea una “subsunción real” de la sociedad – en términos marxistas – bajo los intereses de acumulación capitalista, transformando el aspecto de las ciudades, la vida colectiva y los mercados en una re-territorialización socio-económica que se apropia de los movimientos de protesta obrera a principios del s.XIX (sindicatos, anarquismo, comunismo…) para consolidar la explotación de un trabajador pacificado a través de la subordinación del sexo femenino a la agencia productiva del hombre. El salario, de esta manera, no es sólo una representación del valor de la fuerza de trabajo a través de una cantidad X de dinero, si no que consagra sobre todo una forma de organización social donde las jerarquías patriarcales habilitaron nuevas tendencias de acumulación capitalista.


El modelo nuclear de familia del patriarcado del salario duraría hasta finales del s.XX y sería confrontado por las feministas de los años 60 y 70, con cuya búsqueda de autonomía se alinea Federicci en contra de la explotación de las mujeres en la familia, el no-reconocimiento del trabajo reproductivo o la naturalización del sexo femenino. La crítica feminista a la tesis del valor-trabajo de Marx enuncia que la fuerza productiva, al no ser dada de por sí, necesita de un trabajo de reproducción que no se hace efectivo en las mercancías, si no en labores domésticas y de cuidado, en la familia y la casa. Hace falta reconocer que el trabajo reproductivo no constata un trabajo atrasado, categórico ni pre-moderno, al contrario, es más bien el motor primordial que organiza el funcionamiento de los modos de producción capitalistas.


En consecuencia, la acumulación originaria del capital (término de Adam Smith empleado por Marx) no constata solamente la separación de los medios y las fuerzas de trabajo, la desposesión privativa del campesinado, la esclavitud y la colonización ultramar, si no que además divide la sociedad en dos grandes cadenas de montaje: los procesos de producción, que generan mercancías con valor de cambio, y los de reproducción, que producen la fuerza de trabajo misma. Estos procesos serán separados físicamente y se reservarán a dos tipologías subjetuales: el primero representará una potencia masculina asalariada, el segundo un deber femenino natural y sin aparente valor productivo. El análisis de Federicci acerca de la división sexual del trabajo ilustra las derivas históricas que conjuraron la invisibilización del trabajo reproductivo y su naturalización como agencia femenina, instituyendo al mismo tiempo la abyección cosificante de la mujer (al igual que en la caza de brujas), deformándola en ser alógico y demoníaco a la vez que se estructuraban nuevas formas de explotación.


Por último, Silvia Federicci nos advierte sobre la nueva ola de acumulación originaria que transcurre actualmente desde los años 70 tras la modernización global del neoliberalismo, escondiendo su desposesión sistemática bajo la ideología aceleracionista y tecno-científica del progreso, que liga la emancipación social y el desarrollo capitalista (por ejemplo, al automatizar las fuerzas productivas de mercancías). Según la autora, el re-ensamblaje interseccional de una mirada feminista-marxista nos ayuda a leer resonancias y trazar hilos de continuidad entre la historia pretérita del capitalismo y los acontecimientos del presente. El neoliberalismo explota y coloniza las formas reproductivas a nivel global para sustentar mayores cuotas de acumulación privada; hoy en día la lucha anticapitalista en contra de las jerarquías de clase, la lucha antipatriarcal y la recuperación ecológica – junto a otras intersecciones como el antirracismo o la neurodivergencia – son, en el fondo, leitmotivs del mismo frente, por lo que la llamada al cambio social debe comenzar por la recuperación del trabajo reproductivo y la re-valoración de las tareas de cuidado existencial.


3. R. Scholz: teoría de la escisión del valor y patriarcado productor de mercancías

Influida por la teoría crítica de Adorno, en conversación con el feminismo marxista, Roswitha Scholz redescubre el análisis de las relaciones entre patriarcado y capitalismo, posicionándose frente a lo que tacha como las “corrientes culturalistas y diferencialistas” de la teoría queer y los “juegos deconstructivistas” de los estudios de género, que considera inefectivos y cuestionables. Scholz aportará una crítica integral del valor en cuanto tal, no de la plusvalía como efecto acumulativo de la explotación y lucha de clases, si no acerca de la forma sociológica del valor como sistema productor de mercancías y generador de las actividades que determinan el trabajo abstracto. Según la autora, esta forma de trabajo nace desde la universalización capitalista de la producción mercantil, puesto que las mercancías representan la efectuación material del trabajo abstracto y también, en consecuencia, la asignación de valor, que a su vez representa la energía gastada en la fuerza de trabajo; para la circulación de mercancías este valor se expresará a través de la mediación totalitaria del dinero, causa final del procedimiento en la forma del capital.


A este fenómeno se refiere el fetichismo de la mercancía: la sociedad deshumaniza y aliena a las personas vertebrando la experiencia del valor a través de productos inertes, desvinculados de su contexto de producción [ocultando sus mediaciones de explotación], hasta que las relaciones sociales son exclusivamente protagonizadas por el mercado, lo cual instituye “sujetos automáticos” al transformar la fuerza de trabajo misma en mercancía y subsumir la actividad productiva bajo la forma del trabajo abstracto. En consecuencia, el desarrollo capitalista de la modernización ha estructurado el auto-movimiento tautológico del dinero en tanto que anacronismo ontológico, falsificando las categorías de valor y del trabajo abstracto como totalidades supra-históricas.


La crítica feminista de Scholz busca exponer cómo las relaciones jerárquicas de poder entre géneros articulan la socialización formal del valor en la sociedades capitalistas, cuyo desarrollo material y psico-social serán re-interpretados desde la idea del patriarcado productor de mercancías. Scholz observa que la delimitación capitalista del valor para el trabajo productivo se identifica con la potencia masculina, al tiempo que conlleva una escisión del valor respecto a las actividades reproductivas, asignadas esencialmente al sexo femenino e imposibles de subsumir bajo la forma del trabajo abstracto. También se disocian de la esfera del valor otros fenómenos relacionados con las labores reproductivas, por ejemplo los sentimientos afectivos, la sensualidad y los cuidados, que se naturalizan como atributos determinantes de la mujer, símbolos patriarcales para el ordenamiento de la producción mercantil. Según Scholz, los términos de valor y escisión guardan una relación dialéctica y sexualizada entre ambos, se presuponen y remiten el uno al otro en una lógica superior que atraviesa la socialización fetichista de las mercancías.


Así pues, toda realidad sensible que no sea re-apropiada por la forma productivista del valor se identifica jerárquicamente con la mujer para la explotación patriarcal de las actividades reproductivas. La ruptura del espacio entre propiedad pública y privada también representa dicha escisión sexualizada del valor, definiendo una oposición dual de ámbitos irreconciliables. Para Scholz el género masculino constituye el modelo civilizatorio del capitalismo, de este modo se establece una división sexual del trabajo y del orden simbólico de la sociedad: la política, la economía y las potencias activas se delegan al varón, mientras la pasividad ontológica marginaliza al sexo femenino, que ha de limitarse a tareas de cuidado y labores domésticas, subordinándose al racionalismo instrumental del hombre: la naturaleza debe ser dominada y utilizada productivamente.


Este análisis se limita a la modernización y su crisis actual, incluyendo el modelo postfordista neoliberal y la des-estructuración de la familia nuclear proletaria. Scholz también denuncia el embrutecimiento salvaje del patriarcado en el turbo-capitalismo, acentuando ciertas deconstrucciones patriarcales que adecuan la crítica al binarismo bajo la explotación del valor capitalista, como la doble socialización que sufren las mujeres al desempeñar trabajos productivos para obtener un salario y, al mismo tiempo, garantizar las tareas no-valorizadas de reproducción y cuidado. Esto supone una profundización discriminatoria en las jerarquías de género para preservar la funcionalidad del valor productivista como una especie de sexismo invertido. Scholz advierte que su teoría de la escisión del valor apela a una crítica no-lineal y múltiple contra la lógica androcéntrica-universalista de la identidad (que elimina las diferencias cualitativas y naturaliza el patriarcado productor de mercancías), por lo que intersecta con la lucha contra otras formas de discriminación social, apelando a superar en común esta lógica disociativa de la socialización capitalista.



4. Conclusiones:


En conclusión, los conceptos entrelazados de Federicci y Scholz nos orientan hacia una re-interpretación genealógica de los vínculos entre el desarrollo histórico del capitalismo y la instauración del patriarcado en Occidente, a través de lecturas híbridas entre las tesis marxistas y feministas. Mientras que Federicci reivindica las tareas reproductivas como condición de posibilidad para la fuerza de trabajo y denuncia el patriarcado del salario en la constitución de la familia proletaria nuclear, Scholz ilumina la teoría del valor-trabajo con la re-conceptualización del capitalismo a partir del patriarcado productor de mercancías e ilustra el desarrollo jerárquico de la normatividad sexual a través de la escisión del valor. Ambas tesis nos ayudan a recomponer una mirada marxista-feminista con la que examinar de nuevo el quiasmo constitutivo entre el patriarcado y el capitalismo desde la modernidad hasta nuestros días, renovando la crítica de los horizontes emancipatorios.

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