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Los invernaderos eco-eficientes de la agroindustria 4.0

(Análisis de controversias tecnocientíficas, por Samuel Isaac R.R. Retos tecnocientíficos, UOC / mayo 2022)




  1. INTRODUCCIÓN DEL ESTUDIO E HISTORIA DE LOS INVERNADEROS


A finales del s.XVIII y durante el s.XIX, las diversas innovaciones tecnológicas de la revolución industrial – como la máquina de vapor o el descubrimiento de la microbiología – transformarían para siempre la producción agrícola y ganadera no sólo en Occidente, si no hasta alcanzar una escala global. La implementación de nuevos artefactos y planes de diseño productivo ocasionaría un aumento de la eficiencia, la rentabilidad y la cantidad de alimento disponible, paralelamente a una reducción de la fuerza de trabajo necesaria y al aumento tanto de la esperanza de vida como de los flujos migratorios hacia las ciudades. Una de las innovaciones más relevantes de esta revolución agrícola serían los invernaderos, espacios destinados a modificar las condiciones materiales o físico-químicas de producción de alimento. La trayectoria de dichos espacios hacia la agroindustria 4.0 y la digitalización robotizada del s.XXI, en medio de la crisis ecológica y del cambio climático, será nuestro caso de análisis para este trabajo sobre controversias tecnocientíficas.

Profundizando en las nuevas estrategias industriales respecto a la producción alimentaria queremos evaluar tanto la calidad y consecuencias de la misma, como las traducciones sucesivas de nuestra relación de simbiosis o domesticación con el reino vegetal. En términos generales, lo que pretendemos a través de este objeto de estudio será discutir críticamente las posiciones tecno-utópicas de las tesis ecomodernistas que persiguen la aceleración a ultranza del progreso mercantil-industrial, en contraste con los argumentos de la ecología política, los cuales hacen hincapié en la justicia medioambiental, la deuda inter-generacional y la urgente necesidad de renovación del paradigma tecno-científico actual, cuanto menos de la tradición epistemológica o del marco teórico que le dan soporte.

Después de una breve introducción sobre la historia de estos lugares, a lo largo del trabajo presentaremos las nuevas tecnologías implicadas en los invernaderos eco-eficientes de la revolución industrial 4.0 – como jardines verticales, hidroponía, Big Data, The Internet of Things, sensores, monitorización de individuos, edición genética,, automatización de labores, robotización…–, estudiando sus argumentos a favor y en contra, sus modelos de conocimiento y acción (así como sus propuestas neo-cartesianas y tecnológicamente deterministas) frente a posibles alternativas ecosóficas de carácter libertario y decrecentista, como los estudios de la ciencia de Bruno Latour o la agricultura orgánica de Masanobu Fukuoka.

Tal y como los conocemos hoy en día, los invernaderos, “estufas frías” (o greenhouses en inglés) forman parte de la red de transformaciones socioeconómicas que darían lugar a la revolución agrícola en los Estados-nación del Viejo Mundo. Las primeras fases de experimentación se desarrollaron a finales del s.XVII por científicos ingleses, así como el invernáculo del Chelsea Physic Garden de Reino Unido, inaugurado en 1681 para albergar especies alpinas y medicinales de clima mediterráneo; en consecuencia, las problemáticas de esta tecnología serían refinadas por los científicos europeos, hasta que alrededor de 1850 los horticultores neerlandeses decidieron sistematizar su uso con el fin de habilitar la explotación de cultivos como la uva o las cucurbitáceas, que provenían de latitudes más cálidas. Pronto los invernaderos ejercerían un impacto global en la economía, la dieta y el sustento productivo de los países en vías de industrialización, convirtiéndose en un diseño necesario para mejorar la calidad de vida en zonas y ecosistemas difíciles de habitar, además de proporcionar excesos de producción que beneficiarían a la densidad demográfica y a las tasas de natalidad.

El funcionamiento de los invernaderos opera estructuralmente gracias al calentamiento de un espacio delimitado mediante la incidencia de la luz solar a través de techos y paredes de material transparente; dado que se trata de un habitáculo cerrado, el aire caliente no puede escapar por convección, así que la temperatura aumenta. Si bien la experimentación de este proceso tuvo obstáculos relacionados con la humedad, el aislamiento, los patógenos y las plagas, a su vez se trazaron métodos de ventilación y enfriamiento que mejoraron la calidad respiratoria de las plantas y facilitaron el acceso de un mayor número de polinizadores. No obstante, si bien los europeos lograron industrializar a gran escala las estructuras de invernáculo, los primeros testimonios de este tipo de diseño tecnológico provienen de la dinastía Joseon de Korea durante el s.XV, quienes cultivaban plantas durante el invierno, forzando la maduración de los frutos y la floración, gracias a un sistema tradicional de calentamiento subterráneo llamado ondol que servía para mantener el calor y la humedad, además de paredes hechas de col (argamasa de barro, paja, arcilla y arena semejante al adobe) y ventanas de hanji o papel de mora turca, que permitían la entrada de luz solar.

Pese a que existan esta clase de modelos artesanales y poco contaminantes, a partir del s.XX la agricultura intensiva que acompañaría al boom demográfico de nuestra especie ocasionaría la sobre-explotación empresarial de los invernaderos con sustancias no-biodegradables como plásticos, pesticidas y fertilizantes industriales, junto a una mayor dependencia alimentaria de estos cambios tecnológicos. De esta manera encontramos, en la actualidad, el espacio agroindustrial de la internacionalmente reconocida “Huerta de Europa” en la provincia española de Almería, con más de treinta mil hectáreas de terreno invernado, que a su vez es conocida por activistas y ecólogos como un “mar de plástico”, causando una pérdida masiva de biodiversidad, la erosión e intoxicación del suelo, un consumo exacerbado de agua y de energía y un grave impacto sobre la salud de los ecosistemas marinos, cloaca de los deshechos químicos que generan los susodichos invernaderos.

Por lo tanto, en nuestra época de catástrofe medioambiental, denominada Antropoceno, es importante discernir las posibilidades de actancia respecto a las tramas bio-tecnológicas que disponen los más recientes avances en biomedia, robótica, digitalización e industria de masas, puesto que hay pocas herramientas de bioseguridad y responsabilidad ecológica para la ciudadanía de a pie, mucho menos vías de acceso a formas de soberanía tecnológica y alimentaria, o la democratización de las condiciones materiales de vida y consumo. Los cambios sistémicos provocados por el abuso indiscriminado de ciertas tecnologías – en nombre de un progreso infinito dentro de un mundo de recursos limitados – entrañan decisiones político-morales que afectan a la mayoría de la población sin que ésta, en muchos casos, sea capaz de responder reflexivamente a dichas transformaciones, ni tampoco garantizar la igualdad social tras los horizontes de acción de las grandes corporativas internacionales.



2. LA REVOLUCIÓN DE LA INDUSTRIA 4.0


Debido al calentamiento global y a la contaminación sistémica del entorno, la viabilidad de muchos recursos naturales como el agua o la tierra fértil se encuentra amenazada, un hecho que está afectando de lleno a la pervivencia de las lógicas capitalistas del mercado – al explotar intensivamente las materias primas –, de modo que se ha vuelto necesario invertir en una reformulación eficiente de los medios de producción. En el s.XXI, después de la masificación de Internet y de la revolución cibernética, las plataformas de datos masivos (o Big Data) han transformado las relaciones políticas y socioeconómicas de nuestra cultura, con un gran impacto sobre la seguridad alimentaria global. Gracias a los procesos automáticos y ultra-veloces de estas plataformas es posible intercambiar mapas digitales de secuencias de ADN, diseñar la edición genómica de cultivos, recopilar información de satélites y sensores terrestres, generar previsión de estadísticas, e incluso realizar transportes de mercancías a largas distancias sin intervención humana.

El Big Data recopila, almacena y cataloga información de diversas fuentes, organizándola por algoritmos para extraer patrones y tendencias que sirven para trazar decisiones a corto plazo. La inmensa cantidad de datos se duplica por año, pero éstos nunca envejecen ni desaparecen del todo. Estas plataformas son extremadamente útiles tras la convergencia intersectorial de empresas y datos, lo cual acompaña una concentración corporativa con fusiones e integraciones como las de Bayer y Monsanto, Dow y Dupont (ahora Corteva Agriscience), o las ChemChina y Syngenta; una carrera por la digitalización con protagonistas comerciales como Google, Amazon, Microsoft o Alibaba cuyos planes de inversión y sentido de oportunismo político desalientan a otros potenciales participantes y a la innovación alternativa en el mercado. Las integraciones horizontales se establecen entre compañías tras intereses químicos, de cultivos y semillas con empresas en la misma línea de negocios, mientras que las verticales surgen cuando una compañía sube o baja en la cadena para adquirir una empresa de otro sector, así como cuando la comercializadora de granos Cargil compra granjas de peces o invierte en nuevos sabores y perfumes sintéticos.

La agricultura está sufriendo una emergente renovación tras el crecimiento de lo que muchos emprendedores han convenido en llamar “industria 4.0”, estrechamente vinculada a la cibernética, a la experimentación biomedia y a redes cada vez más complejas de artefactos tecnológicos. Las tres dimensiones principales de esta industria pueden agruparse en torno al hardware, el software y el fintech. El primer aspecto aborda la maquinaria agrícola computerizada, la integración de robots y sensores de monitorización o los nuevos dispositivos materiales de producción; el segundo refiere a los datos masivos, a la inteligencia artificial y a los programas digitales que habilitan la edición genómica y la biología sintética, mientras que por último el fintech alude a la aplicación de tecnologías a los planes financieros así como los blockchain o las criptomonedas. En consecuencia, la información de la cadena alimentaria se organiza en nodos: 1) las empresas de maquinaria agrícola se encargan de la producción de datos, 2) los comerciantes de alimento trabajan con los datos de mercado y 3) los grandes procesadores y los minoristas se centran en las preferencias del consumidor. Esta cadena alimentaria industrial aplica información del mercado, proyecciones climáticos y datos de enfermedades, del suelo y de los cultivos para ajustar la composición de los fertilizantes, los recubrimientos de semillas y los rasgos fisiológicos del cultivo para el próximo ciclo agrícola.

En la mayoría de casos se emplean biofundidoras privadas que llevan a cabo los procesos de edición genómica y generación de OMG (Organismos Modificados Genéticamente). Uno de los dispositivos más recientes para optimizar la producción de transgénicos resistentes a variables físico-químicas es la tecnología CRISPR (Repeticiones Palindrómicas Cortas Agrupadas y Regularmente Interespaciadas), que logra cambiar la expresión de ciertos genes particulares en los organismos vivientes. Asimismo, nos encontramos con la aplicación del Digital Twin, un sistema informático que permite crear una réplica virtual de un objeto o proceso físico del cual recibe las mismas entradas de datos y, en teoría, proporciona las mismas salidas, de manera que es posible experimentar las consecuencias de ciertos modelos a priori. Las imágenes hiperespectrales de los satélites pueden convertir la humedad y el calor del suelo en mapas codificados por colores que evalúan las mejores cosechas y los peligros inmediatos. Por otro lado, tras la proliferación robótica vemos la utilización de drones aéreos para vigilar los campos y rociar la maleza con sustancias biocidas, hasta el clímax de discutir si una nueva generación de insectos robotizados debería emplearse para sustituir a los biológicos – algunos ya en riesgo de extinción –, y asegurar la polinización en condiciones desfavorables.

No obstante, debemos añadir que la revolución de la agroindustria 4.0, debido a la falta de control público y a la concentración del mercado, pone en peligro las tradiciones de la vida campesina, los trabajos asalariados de la cadena alimentaria y la responsabilidad frente a nuestros vínculos ecosistémicos, alterando no sólo la dieta y alimentación de la ciudadanía, si no sobre todo la composición del tejido de los cuerpos vivientes. La regulación internacional de la bioseguridad, que requiere de legislación trans-nacional, es lenta e insuficiente con respecto al ritmo de transformación industrial. Asimismo, la mayoría de estas innovaciones se presentan, desde una óptica determinista, como una evolución autónoma de los avances tecno-científicos, una especie de destino manifiesto que si bien acelera la productividad neoliberal, por otro lado obstaculiza la seguridad alimentaria del sector primario y la soberanía tecnológica de la sociedad civil, cada vez más dependiente y vulnerable ante la concentración de poder en ciertos agentes individuales.


2.1 LOS INVERNADEROS ECO-EFICIENTES


Muchas voces argumentan que tras el crecimiento demográfico exponencial de nuestra especie, necesitaremos ser capaces de multiplicar la producción reduciendo al mínimo la cantidad de espacio y recursos, además de los riesgos y los gastos implicados. “Si queremos alimentar a la población mundial de los próximos 40 años – en palabras de Ernst van den Ende, director de ciencia vegetal del Wagening University & Research –, debemos producir la misma cantidad de comida que la que hemos generado aproximadamente los últimos 8.000 años” Detrás de esta prerrogativa surge la nueva generación de invernaderos eco-eficientes de la agroindustria 4.0 bajo la directiva de empresas como AeroFarms en Nueva Jersey, Square Roots (cuyo co-fundador es Kimbal Musk, hermano de Elon Musk), World Horti Center Research en Países Bajos – segundo exportador mundial de alimentos después de EEUU – y otras compañías tecnológicas, laboratorios y centros de exhibición comercial.

Los principales diseños de esta plétora de invernaderos robotizados ensamblan un sistema de tecnologías dedicadas no sólo a maximizar la producción con el mínimo de gasto, si no también a proporcionar un espacio aislado, controlable y resiliente frente a los cambios bruscos del medio ambiente exterior. Entre estas tecnologías de nueva generación, es frecuente el empleo de jardines verticales hidropónicos, sin sustrato ni humus – con raíces aéreas – y un flujo pre-configurado de agua con las sustancias minerales que necesitan las plantas para crecer. Asimismo, el estado de salud de todas éstas se encuentran individualmente monitorizado por sensores (acústicos, visuales, olfativos…) y registrado en las plataformas de datos masivos, lo que permite anticiparse a enfermedades mientras se suplen los déficit de cada organismo. En muchos casos se emplean robots de vigilancia ante las posibles plagas, así como los famosos Mothkilling Drones, cuyas hélices son capaces de exterminar a los intrusos con tan sólo aproximarse a ellos.

Por otro lado, se insiste en el re-aprovechamiento de recursos y energía, por ejemplo con sistemas de circulación y limpieza del agua, o la sustitución de los cristales y el plástico de la estructura por células fotovoltaicas o paneles solares transparentes. En los edificios herméticamente cerrados, en cambio, se utiliza luz artificial carente del espectro rojo – inasimilable por el metabolismo de las plantas – con el objetivo de que engrandezcan en tamaño. De todos modos, la mayoría de estos recintos materializan entornos bioclimatizados, o sea, que mediante sub-sistemas de ventilación, iluminación y demás agenciamientos, es posible controlar la humedad y temperatura ambiental y la cantidad e intensidad de luz disponible, hasta ser capaces de emular, dentro de estas instalaciones tecno-económicas, las condiciones primaverales y del estío en pleno invierno, hasta cosechar girasoles y tomates en diciembre. Tras los avances de la agroindustria 4.0, los invernaderos eco-eficientes se han convertido en verdaderas fábricas-laboratorio de última generación, bastiones tecno-científicos donde se realizan cálculos de precisión para explotar, bajo el más ininterrumpido rendimiento, el desarrollo de “super-cultivos” con los que prometen subsanar las previsibles hambrunas del futuro.

El marco discursivo que impulsa la experimentación de esta nueva gama de invernaderos procede de la militancia ecomodernista, una posición mercantilista y tecno-utópica frente a las emergencias del cambio climático, la cual defiende a ultranza la aceleración del progreso tecnológico en tanto que, aseguran, nos proporcionará los remedios más veloces y efectivos ante la catástrofe medioambiental. No debemos renunciar a un crecimiento ilimitado de la economía tardocapitalista, puesto que ésta propulsará los avances tecnológicos necesarios para la subsistencia del porvenir. Uno de los puntos neurálgicos del argumento ecomodernista consta de una especie de plan teleológico: “el desacoplamiento de la Naturaleza” (por ello mismo recalcan la necesidad de micro-economías circulares) gracias a los procesos en cadena de artefactos milagrosos que ha de engendrar nuestra razón instrumental, un sistema tecnocrático para independizar a la especie humana de la biosfera terrestre. No obstante, hemos de sospechar si tal dialéctica neo-cartesiana – junto a la prerrogativa del dominium orbi –, antes que preocuparse por la calidad del alimento y la ciudadanía, al re-instituir una escisión antagónica entre dualidades absolutas [Naturaleza / Cultura, Exterior / Interior, Tecnología / Organismo, etc] mientras a la par trabajan con mayores grupos de actancias híbridas, no perpetran más bien nuevas tácticas de colonización de la alteridad bajo una reinvención biopolítica tras las incipientes prácticas del “capitalismo verde”.


2.2 ECOLOGÍA POLÍTICA Y MODELOS ALTERNATIVOS


En primer lugar, el ritmo de sobre-explotación agroindustrial nunca ha logrado paliar el hambre mundial, en parte debido a que se trata de un problema cuya raíz es la re-distribución y la usurpación (neo)colonial de los medios de subsistencia, que han dado soporte a la industrialización misma. Aunque el progreso tecnológico haya hecho posible el hiper-consumismo de la sociedad de masas, la integración descontrolada y el abuso de ciertos artefactos ha tenido gravísimos impactos negativos, como reverso del privilegio occidental, sobre la vida de comunidades y ecosistemas enteros, cuyas figuras acaban por reducirse en el discurso como terceros exclusos [a-lógicos] en discordia. Mientras que cada vez menos personas se reparten los grandes beneficios del avance corporativista, las peores cargas de contaminación recaen, sin embargo, sobre los más desprotegidos, una mayoría en aumento sumida bajo la extrema precariedad.

En términos de ecología política, hay que subrayar la ambivalencia de estos fenómenos, en concreto de una profunda deuda inter-generacional, para desarrollar formas de justicia medioambiental y de “respons-habilización” social ante las fuentes de vida en común. Esto quiere decir también un acceso a medios de soberanía tecnológica, de participación en el entramado de decisiones político-económicas que instituyen ciertas actancias tecnológicas y, por otro lado, la capacidad legal y colectiva de hacer frente a sus consecuencias. En cambio las posiciones neoliberal y ecomodernista abogan por una dirección universal de crecimiento tecno-científico sin dimensión política, que no tiene presente las tragedias colectivas del Antropoceno, la extinción masiva de biodiversidad o el aspecto necropolítico de ciertos artefactos, si no es subvirtiendo estos fenómenos como pretextos argumentativos para defender los intereses del mercado, así como acaban utilizando la hambruna como recurso de marketing.

El gran aporte de las tecnologías ensambladas tras los invernaderos 4.0 consta de efectuar un sistema de domesticación de 2º grado, es decir, que los cuerpos vegetales no serían capaces de proliferar en ese medio ambiente de modo independiente al sustento humano, ya que carece de humus y dependen de un soporte bio-tecnológico; un caso análogo a las granjas de hongos de ciertas especies de hormiga en medios desérticos o inhabitables para su aliado fúngico. Según los estudios de la ciencia de Latour, que buscan sustituir el dualismo reduccionista por un sistema circulatorio, multi-factual y performativo de los hechos científicos, la actancia humana está imbricada en redes cada vez más complejas de actores no-humanos entre cuyos intereses nos transmutamos y volvemos-capaces unos a otros de manera inter-dependiente. No obstante, estos invernaderos no disponen las condiciones materiales aptas para que el reino vegetal se manifieste autónomamente, si no es a través de un exhaustivo control humano que individualiza sus cuerpos “dividuales” y “coloniales” en una especie de aislamiento zombificador, deformándolos en mercancías impersonales, casi en seres sin-actancia, dedicados en exclusiva a alimentar las lógicas del progreso tardo-capitalista.

Por otro lado, la calidad del alimento queda en entredicho, tal y como explica el agricultor y escritor japonés Masanobu Fukuoka, puesto que en estos invernaderos bioclimatizados, donde a veces se usan fertilizantes industriales y biocidas, o drones asesinos de plagas, la vegetación no evoluciona y se fortalece tras un intercambio físico-químico con el medio y otros seres vivos, que por último se traduciría en su calidad nutricia. Fukuoka demostró ser capaz de igualar la producción industrial de arroz en Japón recuperando la productividad del arroz en secano con métodos completamente simbióticos y artesanales como las Nendo Dango (bombas de semillas). A lo largo de cincuenta años logró re-vitalizar diversos ecosistemas en lo que había sido un erial maltratado por la sobre-explotación sin recurrir a tecnología industrial. Este tipo de reivindicación libertaria y decrecentista nos enseña el valor y las posibilidades de la soberanía alimentaria a través del cuidado medioambiental – así como explica el movimiento internacional de La Vía Campesina –, pero también señala las desastrosas consecuencias tras el intento de dominar al resto de seres vivos bajo intereses mercantiles o antropocéntricos.


3. CONCLUSIONES


Mientras que las prácticas de vida campesina han tratado de situarse en ciclos de retro-alimentación y de re-generatividad biosférica, a día de hoy los agricultores son cada vez más dependientes de tecnologías no-renovables, patentes intelectuales de semillas modificadas genéticamente, de químicos industriales y de procesos automatizados que reducen la cantidad de mano de obra. Los nuevos invernaderos eco-eficientes no tienen garantías de ser sostenibles a largo plazo aunque estén diseñados para perdurar en entornos urbanos, como resorte de adaptación al cambio climático. No obstante, en vez de mitigar sus efectos, son el fruto de una lógica de explotación tardo-capitalista cuyos modos de producción, al mismo tiempo, han intensificado la crisis ecológica y la contaminación de la biosfera. Asimismo, nos preguntamos si es lícita la tesis aceleracionista que persigue el “desacoplamiento de la Naturaleza”; Bruno Latour nos insta a desconfiar de los extremos absolutos por tratar de imponer una normativa dualista de esferas ontológicas separadas por un abismo epistemológico (como en el paradigma cartesiano de la res cogitans y la res extensa), donde la identidad totalizada de un término se positiva a través de la anulación o cosificación abyecta del otro, silenciado o figurado en el discurso.

En todo caso, si entendemos la “realidad natural” como una red de actancias vivas, inertes y entremezcladas que desarman la disyuntiva Sujeto/Objeto, para Latour no es factible un “desacoplamiento” entre la producción tecno-científica, industrial o agropecuaria y los ecosistemas biosféricos, puesto que los actores vegetales y animales implicados son de antemano parte de esta red de agenciamientos múltiples. Nosotros mismos los seres humanos pertenecemos a la Φύσις anímica del planeta, somos “holobiontes” resultado de una inter-retro-alimentación evolutiva entre diversos agentes, nuestro genoma es fruto de involuciones sucesivas y fusiones entre endosimbiontes microbiológicos, infestaciones víricas y tejidos emergentes, junto a las tramas biosemióticas, sinérgicas y tróficas entre otras especies, como parte de la materialidad misma de la “Naturaleza”.

Los invernaderos robotizados de la industria 4.0 no parecen ser “eco-eficientes” ni “resilientes” para un futuro lejano, ya que no acuden a las raíces de la hambruna, del cambio climático antropogénico, del privilegio neocolonial o de la pésima re-distribución de alimento a escala global, reproduciendo un paradigma de dominio tecnocrático que ha de repercutir negativamente en la capacidad de respuesta colectiva para hacer frente a la crisis ecológica. Es más, uno de los problemas más acuciantes de las sociedades “primermundistas” reside en la sobre-producción de excedentes que acaban desechándose como residuos inasimilables aún cuando siguen gozando de valor alimentario. En búsqueda de calidad de vida en un Antropoceno cada vez más hostil, los desarrollos tecno-científicos necesitan escuchar a los grupos activistas de presión, hacer presentes las tesis de la ecología política (así como el decrecentismo, la regeneración ecosistémica o la simbiosis inter-especie) y concretar métodos de intervención no-piramidal e igualitaria desde la población civil, o en otras palabras, la democratización del conocimiento y de la praxis tecno-científica más allá de los intereses estatales o corporativistas, recuperar la soberanía tecno-alimentaria y la salud del agenciamiento comunitario.





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– Latour, Bruno (2001) La esperanza de Pandora: ensayos sobre la realidad de los estudios de la ciencia. Barcelona. Ed. Gedisa.

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Mooney, Pat & Grupo ETC (2018) La insostenible agricultura 4.0. Digitalización y poder corporativo en la cadena alimentaria. Berlín. Edición a cargo de Global Change - Local Conflicts, INKOTA netzwek y Rosa Luxemburg Stiftung

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