top of page
Buscar
  • Foto del escritornemoorou

Necropoderes del s.XXI: la llamada al progreso y la cotidianidad en guerra

(Informe de Samuel Isaac R.R "El problema de la diferencia", UOC / enero 2021)





I. No hay afuera: la modernización global A lo largo de la globalización, bajo los avances tecno-científicos de las revoluciones industriales, tanto la fronterización de los Estados-guerra como las dinámicas económicas del neoliberalismo, a través de nuevas redes coloniales que abarcan toda la biosfera, han universalizado el imperativo del crecimiento ilimitado, que frente a las amenazas del cambio climático se ha visto reformulado bajo la aporía del “desarrollo sostenible”. Como argumenta Santiago López-Petit, la movilización global de capitales diseña un simulacro de multi-realidad con esfuerzos por totalizar la mercantilización de la vida, efectuando el metabolismo de un progreso insostenible sin fin; y esta violencia constituyente impone un régimen de obviedad sin alternativas ni apelación a ninguna autoridad exterior. Entre las redes de producción, consumo e import-export que sostienen la reproductibilidad del capitalismo, la ontología de guerra protagoniza la articulación de normatividad a través del repudio y la abyección, mientras las lógicas depredatorias del modus vivendi neoliberal generan la mayor crisis civilizatoria de nuestro tiempo, fuente de violencia multi-dimensional donde convergen ecocidios, inseguridad alimentaria, conflictos económicos, luchas por recursos, migraciones irregulares, armas de destrucción masiva, presión demográfica, feminicidios, la militarización del espacio público...

Son dimensiones entretejidas y efectos en cascada que evidencian una misma catástrofe: la modernización global, otro sinónimo del Antropoceno. El modelo de vida de los países más desarrollados, cuyo funcionamiento arrastra un expolio (neo)colonial sin precedentes, no sólo aumenta las desigualdades económicas, si no que quiebra estructuralmente la localización intersubjetiva del espacio-tiempo, dislocando todo segmento cultural y político en zonas de indistinción que aceleran los flujos del capital a través de un perpetuo “estado de emergencia”. Según la interpretación biopolítica de Giorgio Agamben, la propia gubernamentalidad de los Estados-nación instituye el marco des-politizante del “estado de excepción”, no como un suspenso del orden vigente para una transición provisional, si no como la imposición normativa de fuerzas que estructuran la configuración de la vida. Tanto la soberanía política como la gestión económica de la materia se componen de una violencia metafísica onto-teológica, la intervención del poder en el dictado de cómo existir. Agamben sostiene que la administración biopolítica de los cuerpos se ejerce sobre la cosificación de la “nuda vida”, concepto derivado del Zoé griego para designar la impersonalidad biológica del organismo, al desplazarlo de su agencia político-moral, sin reconocerlo, figurando una inmanencia corporal que será re-apropiada por las dinámicas de producción y la jerarquización de diferencias, de modo que los individuos sean incluidos en la legislación a través de su exclusión onto-epistémica, alienados como un objeto más del conjunto de los entes. Después de la caída del muro de Berlín, mientras que las guerras inter-estatales se han reducido drásticamente, los conflictos bélicos han ido diseminándose a través de los tejidos que vertebran la cotidianidad en lo que podemos llamar una guerra social generalizada, como lucha por gobernar esta crisis civilizatoria sin renunciar al beneficio económico. Las empresas del “Norte global”, cuyas acciones lideran la economía internacional, nutren el consumismo de masas en las sociedades más industrializadas gracias a la explotación sistemática del “Tercer Mundo”. A partir del desmantelamiento de las colonias imperiales, los países más desarrollados re-elaboraron las prácticas de intervencionismo extractivista, como los procesos de especificación territorial según los intereses de producción en la División Internacional del Trabajo, los cuales ejemplifican la transformación mecanística del expolio (neo)colonial, o como diría David Harvey, de la acumulación capitalista por desposesión, que expulsa a las personas de sus hogares y re-define biomas enteros para la explotación mercantil. Sólo los agentes empresariales y aquellos ciudadanos que tengan acceso a los medios de consumo podrán obtener beneficios, mientras los costes se amplifican al conjunto de la sociedad. El cambio climático antropogénico, la pérdida de diversidad biológica y cultural, la acumulación de contaminantes y la degeneración de hábitats ecosistémicos que redundan en hambrunas, migraciones ambientales, pobreza energética y colapso económico, son fruto de la llamada al progreso que dicta la modernización global.

Esta guerra social del “estado de emergencia” biopolítico, donde el derecho queda en suspense [epojé] para la conservación misma del derecho, militariza la gestión de multitudes y mercantiliza el valor de uso de toda realidad. En torno a ritmos de consumo omnívoros, materializa semánticas de violencia y discursos de identidad que clasifican y segregan los cuerpos, marcándolos por la excepción, para subyugar las relaciones colectivas al rendimiento económico. Todas las dimensiones de la vida se han convertido en objeto de comercialización. Es importante subrayar el carácter estructurador de sentidos y posibilitante de enunciación que invoca esta emergencia; los valores de uso y las dinámicas de consumo atraviesan las corporalidades, diferenciando entre “sujetos de derecho” (quienes gozarían de agenciamiento comunicativo) y los cuerpos-Otros que se desplazan al margen del territorio, desposeídos, que no pertenecen al registro de la humanidad, subalternos bajo condiciones precarizadas de vida, expuestos en masa a la muerte. Estas semánticas de violencia fundan órdenes sistemáticos para la movilización de capitales a través de la des-historización del principio de realidad, bien sea por una ejecución vertical de soberanía que consagra un poder de decisión sobre la vida, o bien por coerciones discursivas y horizontales de identificación; estas estructuras semánticas de enunciación impiden localizar empíricamente una temporalidad colectiva, disolviendo así las vinculaciones y afectos sociales más allá del (hiper)consumo atroz de mercancías.

2. Metabolismo de la Guerra de Mundos: privilegios y abyección

Esta semántica del tardocapitalismo asocia necesariamente la producción de significados a la creación de valor de uso, inscribiendo diferencias en 1) la capacidad material en el ejercicio de fuerzas, dividiendo a la sociedad entre víctimas y ejecutores de violencia, cuerpos activos-generadores y pasivos-receptores; 2) la capacidad de producción y manejo de relaciones, no sólo por la dialéctica marxista entre los dueños de los medios de producción y la fuerza proletaria de trabajo, si no también porque diferencia entre poseedores de valor “autovalorizado” y aquellos que sólo gozan de valor de uso; y por último 3) las capacidades discursivas y el ejercicio de su posición, ya que al valor de uso se le presupone un agenciamiento productor universal, la subjetividad unitaria del humanismo clásico de la Ilustración, el hombre en abstracto, que a través de los discursos esencialistas de Occidente [naturalización/sexualización/ racialización...] mitifica el núcleo ideal del varón-blanco-heterosexual-europeo, a la vez que cataloga y organiza diferencias por la lógica de negación para sustantivar sus medios de identificación. La alteridad queda excluída, sólo integrándola bajo abyección como un objeto de dominio en relaciones asimétricas de poder, en la discriminación autoritaria que erige los privilegios de un ser esencial. Asimismo, las dinámicas de consumo que persigue el desbocamiento del capital procrean hiperciclos de retro-alimentación auto-reforzante, círculos viciosos bajo la capacidad de amplificar los límites materiales y especulativos sobre la valorización misma del valor [money out of money]

Para describir la situación neo-colonial del intervencionismo económico y el auge de gobiernos militarizados en África y otros territorios del Sur global, el filósofo camerunés Achille Mbembé inauguró el concepto de necropolítica, en tanto que anverso quiasmático del biopoder – desde ejes post-foucaultianos y postcoloniales–, para hacer referencia a la administración político-económica que decide cómo algunas personas pueden vivir y cómo otras deben morir. La mercantilización de los cuerpos, la guerra social indiscriminada y los expolios neoliberales conllevan el derecho de exponer masas de personas al poder de la muerte; esta violencia política organiza la movilización de capitales a través del colonialismo, en nuevas formas de esclavitud, segregación y aislamiento, mafias, narcos, tráfico de animales, actos terroristas, sectas y otros “mundos de muerte”, donde la vida personal está mediatizada a través del interés económico, vulnerándola en la emergencia liminal de la subalternidad. Las tecnologías del necropoder y la producción semántica de abyecciones borran sistemáticamente los rostros, expulsan sujetos de la historia, del reconocimiento y de los lugares de enunciación, les niegan una vida cualitativa, hasta erradicar del futuro la virtualización potencial de otras culturas, conocimientos y subjetividades concretas.

En los países “en vías de desarrollo”, Mbembé denuncia la intrusión de gobiernos privados indirectos, donde agentes corporativos trans-nacionales influyen sustancialmente en las decisiones administrativas del Estado, consolidando alianzas a través de la desposesión y el interés económico. En estos escenarios, que acaban derivando a la formación de espacios a-legales y actos de soberanía disciplinar, en realidad la ostentación de violencia ya no está recluida al Estado, si no que se ha des-regulado entre milicias urbanas, cuerpos de seguridad privada, bandas paramilitares, grupos criminales, guerrillas, caudillos y demás actores no-gubernamentales que pugnan por enriquecerse en estos contextos de intervencionismo. Si bien la primera causa de conflictos bélicos pueden ser motivos de identificación cultural, el acceso a recursos naturales y la explotación económica de los mismos se convierten en objetivos que solidifican la rentabilidad de necroprácticas (secuestros, torturas, chantajes...) Asimismo, el refinamiento de armas inteligentes y de destrucción masiva (agentes bacteriológicos, drones, robots de combate...), sin contar con la amenaza nuclear, induce a nuevas formas impersonales de aniquilación y vigilancia, donde la responsabilidad moral se diluye entre dispositivos de soberanía tanatocrática. En la actualidad el 90% de las víctimas mortales en conflictos bélicos son civiles, en comparación a un 10% de militares; inversión des-proporcional de fallecidos no- combatientes; aunque se reduzca el número de batallas, la constante violación de los Derechos Humanos, el crimen organizado y las prácticas del Estado-guerra se difuminan en la polarización social del conflicto.

La ecósofa hindú Vandana Shiva critica cómo los grandes ensamblajes biopolíticos (bancos, agentes estatales, fuerzas corporativas y organismos internacionales), insuflando aliento a las empresas de las ciencias de la vida, no sólo han colonizado los modus vivendi agropecuarios de otras culturas, si no que a través de la ingeniería genética, la biotecnología y la desposesión económica han invadido la interioridad misma de mujeres, niños, plantas y animales. Compañías como Monsanto distribuyen semillas transgénicas cuya recodificación selectiva de ADN es resistente a los pesticidas y desarrolla un “control de la expresión de genes vitales” que ordena a la planta matar a sus propios embriones [tecnologías Terminator, o “exterminadoras”]. Los agricultores se ven forzados a participar de las industrias agroalimentarias y exportar sus productos, empobreciéndose cada vez más en situaciones de inseguridad alimentaria, mientras las administraciones no evalúan los riesgos que entrañan estas semillas transgénicas para los otros seres de un ecosistema, ni tampoco qué efectos perjudiciales podrían tener para la salud humana. Muchas de estas empresas lideran la privatización del agua, un recurso cada vez menos accesible y más contaminado, que supone el último bastión de infra-estructuras para la inversión privada; bajo las premisas del “desarrollo sostenible” y la eco-modernización, la creciente demanda, la crisis por escasez y el control del agua garantizarán beneficios económicos si se valora como en bien de uso privativo y comercial. Lo que ilustra esta distópica construcción de la Vida S.L. [metáfora de Shiva] es cómo los poderes “anti-vida” o tanatocráticos, que deterioran la autonomía y salud ecosistémica, sustentan en sí la configuración del progreso ilimitado a través del dominio abyecto de cualquier alteridad, una colonización presentista, insostenible y logocéntrica que empuja a los seres vivos al límite, pone la cotidianidad en guerra y endeuda el futuro de las próximas generaciones.

Deberíamos interpretar el contexto bélico que impone la crisis civilizatoria como una Guerra de Mundos, donde en muchos casos las fuentes mismas de subsistencia están en crisis por la violencia sistemática del capitalismo, que ha derivado en la “inhabitabilidad” de espacios subalternos. La intersección plural de dispositivos para la opresión de las diferencias subjetuales [heteropatriarcado, colonialismo, enfrentamientos religiosos, luchas de clase...] exhibe una tensión generativa entre polos antitéticos, de cuya conflictividad los regímenes neoliberales logran exprimir ganancias económicas. A través de semánticas de violencia, instruyen una multi-realidad sin alternativas centrada en la acumulación y el (hiper)consumismo, asentándose en el bellum omnium contra omnes del darwinismo social, la dialéctica del amo y el esclavo y la atomización (hiper)individualista de la subjetividad, junto a otras herramientas discursivas para engrosar el desbordamiento de capitales a través de una beligerancia sin contornos. Como auguraba Gilles Delleuze, la maquinaria de guerra neoliberal galopa sin vuelta atrás ni miramientos hacia su propia auto-destrucción, arrastrándolo todo consigo hacia su fin, succionando toda segmentarización molar y sus líneas micropolíticas de fuga hasta implosionar en la super-inflación ontológica del sentido.

La llamada al progreso es análoga al metabolismo de un agujero negro sin más finalidad que su auto-replicación creciente e ilimitada, para la cual ha de explotar intensivamente los recursos y energías de un planeta finito, desgarrando así las estructuras de la realidad en una absorción nihilista y sin horizontes. A través de la globalización, la Guerra de Mundos turbocapitalista ha derribado todas las limitaciones éticas, ecológicas, corporales y simbólicas que frenaban el libre comercio; cada recodo de los sistemas biológicos y toda semiotización con validez cultural han sido prostituidos como materia prima para las ganancias privadas. Esta administración mercantil de la vida, a través de la nomología fronteriza que estructura la movilización de capitales, dispone la producción jerárquica de diferencias para excluir por abyección los cuerpos que se tachan como deshechables, peligrosos, [ahora también pandémicos], inválidos ante la lógica neoliberal. La distribución de las cargas de violencia, contaminación medioambiental y subalternidad es cada vez más desigual; en el contexto de la modernización global, el privilegio de unas pocas élites y el desarrollo amorfo de las sociedades (hiper)consumistas se engendra a través de la manipulación de masas, la colonización necropolítica y la irrelación liminal de muertos vivientes.


3. Crisis ecosocial – parasitación de la biosfera

Las amenazas ecológicas de nuestro tiempo y las incertidumbres del cambio climático son consecuencia de ciertos modos colectivos de comprender la realidad, operar con la materia y relacionarse con el resto de seres vivos; a lo largo de los últimos siglos, ha sido a través de su explotación comercial y su transvaloración en mercancías. Los fundamentos teóricos de la modernización separan jerárquicamente la identificación de la Cultura y la Naturaleza, es decir, la idealización heroica del hombre-blanco-occidental (junto a al poder de las tecnologías industriales) frente a la cosificación pasiva de la materia que encarna tres figuras clásicas de alteridad: la mujer, el negro y el animal. A través de las dicotomías opositivas, uno de los términos se sustancializa por la represión des-subjetivante del otro, anulado y silenciado sin identidad; se privilegian así los intereses de la racionalidad instrumental “objetiva”, cuya autoridad personifica el Hombre, frente a la relatividad de las experiencias subjetivas. Estas divisiones onto-epistémicas también las encontramos en otros pilares de la ciencia moderna como René Descartes, con analogía a la res extensa y la res cogitans: el conjunto de los entes determinados mecánicamente frente a la sustancia espiritual libre y pensante del ser humano.

En contra de las creencias que profesa el Manifiesto Ecomodernista, no existe un desacoplamiento de la naturaleza [si por ello interpretamos la materia viviente]. Los colapsos del Antropoceno demuestran la ingenuidad epistemológica de estos presupuestos, cuya disociación cognitiva ha servido para justificar la masacre de ecosistemas en una parasitación mortífera de la biosfera. A través de la extracción sin re-generatividad de los recursos naturales, los efectos nocivos del tráfico, transformación y consumo de los mismos, junto la multiplicación de residuos no- asimilables, los vertidos tóxicos y emisiones industriales, esta aceleración de los flujos de capital, basando su crecimiento económico en el uso de combustibles fósiles y energías nucleares, ha provocado la destrucción de holo-biomas y nichos ecológicos enteros, la extinción de especies milenarias, drástica reducción de la biodiversidad, el desplazamiento de millones de personas sin lugar donde refugiarse y una contaminación masiva de aire, tierra y agua que durará miles de años. Los peligros medioambientales exceden toda capacitación de responsabilidad, es imposible calcular la intensidad de los efectos adversos que sufrirán las generaciones futuras; toda temporalización histórica se ha desmembrado frente a la liquidez mercantilista de la oferta y la demanda.

Los dos tercios más pobres de la humanidad,dependen del capital natural para sobrevivir; la desregulación de la protección ambiental, junto a la deforestación, la caza furtiva, la disminución de acuíferos y la eco-intoxicación, entre otros, están deshaciendo los modos de vida sostenibles de comunidades indígenas, campesinas, artesanales y tribales del Tercer Mundo. El modelo de producción local queda desmantelado ante la intrusión de los modelos del desarrollo industrial que, bajo el lema de “competitividad internacional”, agravan las consecuencias del cambio climático con actividades extractivistas, aumento de contaminantes, un inmenso gasto de energía y la exportación de la riqueza local. Mientras los recursos y mercancías son enviados a países ricos, la desproporcional carga de presiones ambientales, los residuos y el deterioro ecosistémico recae sobre las poblaciones más pobres [una estrategia deliberada que fue sugerida en 1992 por el entonces líder del Banco Mundial, Lawrence Summers]. Así como la mayoría de estas poblaciones dependen de la agricultura, tanto el calentamiento global como los efectos del cambio climático – que, como dijimos, han sido generados por las emisiones de los países más desarrollados –, destruyen el medio rural y los medios de auto-organización que les proporciona la subsistencia.

Por debajo de los problemas de desigualdad y los graves perjuicios ecológicos que en la teoría económica neoliberal se tratan como “externalidades” al mercado, la parasitación de la biosfera que sostiene el ritmo de crecimiento de la modernización, a través de la extensión masiva del modus vivendi urbanístico, denota una profunda crisis ecosocial en nuestro modo de relacionarnos con la materialidad del entorno y el resto de seres vivos. Desde los millones de animales que son explotados en la industria cárnica y alimentaria, la re-definición de áreas para monocultivos y transgénicos, la intrusión de desiertos verdes para biocombustible, la sobre-explotación de recursos y la contaminación industrial, esta violencia metafísica de la Guerra de Mundos destruye toda alteridad para instaurar el destino manifiesto de una dominación total de la biosfera, de la materia viviente. Ante los límites planetarios y la insostenibilidad del crecimiento ilimitado, la consigna del “desarrollo sostenible”, con estrategias como la descarbonización, medidas de mitigación tecnócratas contra el cambio climático o la automatización de la productividad, esconde los mismos presupuestos antropogenéticos y mediacionales cuyo ímpetu modernizador devora y trauma ecosistemas para el beneficio de unas pocas élites, sin contemplar su deuda ecológica ni cuestiones sobre justicia medioambiental.


4. Renuncias, sacrificios y cuidado (reivindicaciones por lo común)

¿Cómo pensarnos en guerra, si anhelamos vivir en paz? ¿Cómo luchar por la desmercantilización de la naturaleza, el decrecimiento económico, los derechos de los migrantes irregulares, la emancipación feminista o la justicia inter-generacional? No podemos mirar hacia otro lado, lo cual nos convertiría en cómplices de la violencia, ni tampoco podemos hablar su mismo lenguaje. Cuando la continuidad misma de la vida está amenazada, ¿cómo recomponer los tejidos intersubjetivos y morales de temporalización? ¿Es posible deshacer las tradiciones de discursos esencialistas que producen abyección para sostener sus principios de identidad, o debemos apropiarnos de la misma y re-definir sus capacidades enunciativas? En muchos casos, la única opción viable será renunciar, en definitiva, al mito del progreso: desertar de esta nuestra identidad capitalista, impedir la obsolescencia programada, resistir colectivamente frente al expolio (neo)colonial y materializar alternativas decrecentistas para el metabolismo ecosocial. Si no hay afuera a los tentáculos de la modernización global, ¿desde qué posición materializar la resistencia? Los presupuestos de acción deberían aunar diálogos de los movimientos emancipatorios que ya hacen frente a la barbarie civilizatoria, como el antirracismo, la decolonización o el ecofeminismo.

Según María Puig de la Bellacasa, necesitamos crear comunidades natural-culturales donde transformar nuestros diseños de habitabilidad, además de emprender “eto-poéticas” del cuidado moral que politicen la vulnerabilidad, reconozcan de forma no-inocente las necesidades del prójimo y desarmen los esencialismos de los discursos modernizadores. Al mismo tiempo deberemos re-significar nuestros vínculos ecosistémicos con otros seres no-humanos, cuyo valor intrínseco y agencia moral ha sido negada históricamente para sustentar los ideales antropocéntricos de totalidad. Frente a los peligros de lo que Donna Haraway llama el “Chtuluceno/Capitaloceno”, necesitamos no sólo generar relaciones de parentesco inter-especie, si no también sostener alianzas sim-poéticas con formas de alteridad radical. ¿Cómo atravesar esta guerra de mundos y emprender otros devenires, si no gracias al afecto, el compromiso y los sacrificios que nos deben unir a otros seres vivos y rostros humanos? ¿Cómo imaginar otros modos de hábitat que hagan frente a la desolación necropolítica del tardocapitalismo, que sirvan de transición para regenerar los tejidos socio-bioculturales? La filósofa Rosi Braidotti propone transponer las diferencias desde éticas afirmativas que transformen las fuerzas del dolor en vínculos de afecto y cuidado, para lo cual su post-humanismo crítico propone forjar identidades nómadas y no-unitarias en diálogos trans-culturales de extrañamiento mutuo.

A este respecto también nos interesa hablar de las incipientes formas de neo-humanismo no-occidental. En la ética Ubuntu de Sudáfrica existe una inclinación de responsabilidad hacia los extraños, sean quienes sean, reforzando así la vinculación social en torno a la hospitalidad y la solidaridad, en políticas dialógicas y de resistencia que ayudan a re-significar las identidades subalternas. Otro ejemplo lo encontramos en el neoligismo Sumak Kawsay (“vida plena” en quechua) de los pueblos indígenas latinoamericanos, cuyo sentido persigue la sincronización y armonía entre seres no- humanos, comunidades y fuerzas medioambientales, alentando prácticas y redes de cooperación mutua, la protección de los bienes comunes y la convivencia ética. Frente al individualismo de la propiedad intelectual en Occidente, la mayoría de estas comunidades forjan sabidurías grupales y conocimientos generacionales que se transmiten horizontalmente y sin provecho económico. La experiencia comunitaria de tradiciones no-occidentales confronta el individualismo neoliberal, enseña el libre intercambio de conocimientos y la redistribución ética frente a la propiedad privada, además de practicar tácticas auto-suficientes de soberanía alimentaria a través de policultivos y el cuidado de la vegetación silvestre, cuya simbiótica se opone a los insostenibles métodos de la industrialización agropecuaria. Necesitamos re-significar colectivamente los imperativos auto-destructores que convoca la movilización global de capitales, decrecer en consumo y producción, generar lazos político-sociales y diseños de habitabilidad más justos, sostenibles y ecológicos. ¿Estamos todavía a tiempo, es hoy siempre todavía? ¿Podremos imaginar y crear un porvenir más allá de la Guerra de Mundos, o será ya demasiado tarde?



FUENTES BIBLIOGRÁFICAS:

– Braidotti, Rosi (2009) Transacciones: transponer la diferencia, en Transposiciones: sobre la ética nómada. Gedisa. págs. 69-137. – Campillo, Antonio (2020) ¿Cómo habitar el mundo? De la posesión exclusiva al uso compartido. DOI. Bajo palabra II. Época no23 págs. 213-238 – Deleuze, Gilles y Guattari, Felix (1980) Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia II. Valencia. Editorial Pre-textos. – Estévez, Ariadna (2010) Biopolítica y necropolítica: ¿constitutivos u opuestos? Espiral, Estudios sobre Estado y Sociedad Vol. XXV no73 García, Caterina (2013) Las “nuevas guerras” del s.XXI. Tendencias de la conflictividad armada contemporánea. Barcelona. Working Papers 323. Universitat Pompeu Fabra. – Inclán, Daniel (2015) Abyecciones: violencia y capitalismo en el s.XXI. Colombia. Nómadas 43. Universidad Central. – Innenarity, Daniel (15.02.2016) La globalización del sufrimiento. Publicado en El País, Tribuna: https://elpais.com/elpais/2016/02/09/opinion/1455042643_098630.html– Kallis, Giorgios (11.01.2016) Ecomodernismo versus ecología política. Publicado en Ecología Política: https://www.ecologiapolitica.info/novaweb2/?p=3577 – López Petit, Santiago (2009) La movilización global. Tratado para atacar la realidad. Madrid. Editorial Traficantes de Sueños. – López Petit, Santiago (25.09.2003) El orden político del Estado-guerra. Publicado en Espai en blanc: http://espaienblanc.net/?cat=7&post=2386 – Mbembé, Achille (2006) Necropolítica. En “Traversées, diasporas, modernités”, Raisons politiques, no21 págs.103-121 – Mbembé, Achille (1999) Sobre el gobierno privado indirecto. En Politique africaine,73 – Sauper, Hubert (2004) La pesadilla de Darwin. Francia. Documental. – Shiva, Vandana (2001) El mundo en el límite. En Giddens y Hutton, El mundo en el límite: la vida en el capitalismo global. Barcelona. Editorial Tusquets. – Zubizarreta Hernández, Juan (2018) La necropolítica frente a los derechos humanos. Causas de los desplazamientos forzados. Publicado en Viento Sur, Migraciones, mundo, refugiados y migrantes. – [Pintura sobre la maternidad, de Oswaldo Guayasamín]

12 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo
Publicar: Blog2_Post
bottom of page