La Producción Libidinal de Identidades y la Movilidad del Consumo Global
- nemoorou
- 15 mar 2021
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Actualizado: 11 jul 2021
(Breve disertación de Samuel Isaac R.R, "Problema de la diferencia" UOC, otoño 2020)

La respuesta capitalista frente a luchas sociales e intelectuales de los años 60 y 70, que exigían una emancipación renovadora de la subjetividad, provocaría mediante dispositivos de captura y re-apropiación el desarrollo de una “contrarrevolución neoliberal”, conformando a través de la globalización de finales del s.XX y la cuarta revolución industrial el paso de una primera a una segunda modernidad – en términos de Ulrich Beck –, o de una sociedad productora y disciplinar a otra de (hiper)consumo y post-industrial. A lo largo del texto investigaremos cómo aproximarnos a esta “contrarrevolución” a través de la tesis (post)operaista, según la relación entre la crítica filosófica del post-estructuralismo, el antagonismo político de las masas europeas y la mutación del tardocapitalismo occidental. Nos volcaremos aquí en trazar un diagnóstico hermenéutico sobre la producción de identidades en torno a la movilidad del consumismo en los modelos de sociedad a los que hemos evolucionado durante el s.XXI.
Las revueltas esporádicas de mayo del 68 reunieron jóvenes generaciones de estudiantes y trabajadores bajo la reivindicación de otras formas de vida en contra de la alienación, las instituciones disciplinares, la burocracia y las jerarquías, los ritmos industriales de la fábrica, el patriarcado y las formas de dominación del aparato de Estado de posguerra. En un primer momento, la reacción patronal consistió en optimizar los salarios y la seguridad laboral, además de negociar con los sindicatos para intentar satisfacer las demandas sociales. No obstante, las críticas inherentes a estas protestas aún eran más radicales y excedieron el marco tradicional de la izquierda, centrado en partidos, sindicatos y en la teoría marxista, que al unificar un sujeto homogéneo de clase como representante de las transformaciones sociales censuraría el valor de la pluralidad intersubjetiva. Los movimientos políticos que se gestaron tras 1968 romperían internamente con la afinidad socialista y comunista; esta escisión dentro de la izquierda política constataría la aparición de líneas de fuga internas junto a una mayor demanda de libertad, de autonomía frente a seguridad, una renovación existencial de las diferencias, la reivindicación del deseo y la calidad de un tiempo de vida separado de la esclavitud laboral. Los teóricos del momento, quienes se apoyaron en la crítica artística para denunciar la muerte de la creatividad y la autonomía, exigían otros modos de experiencia vital, la recuperación de un tiempo para la autorrealización y el disfrute personal. Asimismo, proliferaron nuevos modos de resistencia social, de rechazo al trabajo y de anti-estatalismo (sabotajes, absentismo, fugas) como las wildcat, huelgas independientes y no avaladas sindicalmente ni en diálogo con las patronales.
A lo largo de la década se fueron gestando otros fenómenos como la revolución sexual, los debates feministas de segunda ola, las protestas anti-bélicas y ecologistas, que romperían la presupuesta unidad en la pertenencia a una cultura de clase. El 68 constituyó una reinvención del sentido heredado, una transvaloración en contra de la soberanía productivista y las funciones de agenciamiento epocales; en definitiva, un suceso político que reformaría el modo de experimentar la subjetividad en Occidente. Fue Michel Foucault quien investigaría el desarrollo histórico de las instituciones en estos regímenes disciplinarios, explicando cómo a través de lugares de reclusión (cárceles, hospitales, colegios, psiquiátricos…) se encargarían no sólo de desarrollar identidades productivas y útiles mediante axiomas universalizables, si no también de apartar y encerrar físicamente a aquellos cuerpos desviados de la norma, repudiados e improductivos. En la tesis foucaultiana la subjetividad es concebida por subyugación a dispositivos de control y a discursos dominantes, como efecto de relaciones de poder. El capitalismo social planificado por el Estado desde la crisis de 1930 (que instauraría las fórmulas del bienestarismo ante las críticas del egoísmo privado y la explotación laboral), sería desplazado políticamente y reformado por un contexto postfordista desde las décadas de los 60 y 70. Tal y como explica Gilles Deleuze en Mil mesetas (1980), el devenir de las minorías sociales articularía flujos micropolíticos de experimentación creativa que proliferan rizomáticamente, desplazando a su vez las previas segmentarizaciones duras del capitalismo, alejándose de ellas a través de una fuga molecular indeterminada, pero siempre en conexión íntima a esta máquina abstracta o centro de poder, hasta conjugarse en la re-territorialización de nuevas arborescencias macropolíticas.
A continuación hablaremos del movimiento italiano de 1977 (también de estudiantes y proletarios) como relevo y empalme de estas protestas, si bien su insubordinación se consagraba al rechazo íntegro del trabajo industrial, a emancipar el cuerpo de la disciplina autómata laboral, lo cual constituía un brusco cisma dentro de la historia cultural del proletariado y la tradición política de izquierdas, ya que la ética del trabajo como deber social y fuente de dignidad fundaba el reconocimiento de clase. Estos cambios coincidieron con una mayor alfabetización, movilidad personal, escolarización laica y acceso a cultura crítica que orientaron la desobediencia civil y la precariedad laboral como posibilidad de autonomía, de habitar espacios libres sin la repetición del modus vivendi industrial. El rechazo del trabajo adquirió diversas tácticas como fuerza creativa de afirmación individual frente a la resistencia dialéctica de la izquierda (migraciones, huelgas, sabotajes…) y comprendía una lectura de la opresión sistémica del capitalismo desde una lucha contra la idea misma de clase y la condición obrera, reivindicando nuevas formas de vinculación social, otras dinámicas de comportamiento y horizontes de vida. A este respecto podemos citar la comparativa de Deleuze entre el “cuerpo sin órganos” (símbolo extraído del poeta Antonin Artaud) y el “organismo”, donde este último constituye una máquina deseante en la producción de una serie de órganos pre-dispuestos culturalmente y atados a funciones concretas, mientras el otro emula un tercio excluso en la línea binaria, “cuerpo sin imágenes” como inercia e improductividad del instinto de muerte, pero también superficie de inscripción amorfa donde se experimenta con la apertura del deseo.
La tesis operaísta de autores como Antonio Negri o Paolo Virno ilustra una metodología según la cual las luchas sociales y obreras anteceden a los cambios estructurales del capitalismo, cuyas innovaciones no se gestan gratuitamente, si no que componen respuestas a la deriva revolucionaria del proletariado. Negri afirma que la evolución del capital proviene de una relación co-determinante entre las líneas de fuga de la multitud social y los dispositivos de captura del Estado, es decir, entre un poder constituyente y antagonista que reacciona y precede al poder constituido de las instituciones. No obstante, este vínculo carecería de dialéctica o síntesis, ya que el poder constituyente de las masas, como el Decir levinasiano, excede siempre a lo Dicho en su otredad an-árquica y en su potencia de actualización. La propuesta de Negri es que el capitalismo, incapaz de superar sus regímenes disciplinarios de fábrica, debió ajustar sus comandos a las demandas obreras que sublevaron los patrones productivos (movilidad y ocio, rechazo al trabajo, autenticidad, valor de diferencias..) a través la mutación de sus sistemas sociales y el desarrollo del postfordismo entre los años 80 y 90. ¿Qué patrones en red observamos durante este período de convergencias? La reflexión (post)operaísta anuncia que estas líneas de fuga – como el acto de resistencia artístico o la subjetividad nómada en Deleuze, por ejemplo, configurando un devenir revolucionario de las minorías – abrieron el campo de posibilidad para los modelos de sociedad y los valores normativos en los que nos encontramos a día de hoy.
El aparato del Estado había sido criticado por monopolizar la violencia legítima y aliarse con la producción en masa capitalista, de modo que optó por privatizar y desregular sus funciones socioeconómicas, concediendo poder a agentes corporativos transnacionales y a la ideología neoliberal. Fenómenos como la globalización, la crisis de petróleo en 1973 o las nuevas tecnologías de la información (incluidos los mass media) habían empezado a transformar la estructura de producción y la cognición de las masas, con catálogos de bienes específicos dirigidos a varios sectores de consumo, siempre en referencia a la identificación libidinal de los sujetos desde un individualismo atómico, esteticista, meritócrata y competitivo. La irrupción del modelo de vida consumista, en tanto que efecto de la flexibilización y automatización del trabajo (que antes procuraba las narrativas de identidad), junto al crecimiento del sector servicios y la crisis de los 60 y 70, provocó el aburguesamiento del proletariado (cuya cultura de clase ya era débil y heterogénea) y una sociología de las identidades a través de un mercado especializado al gusto y a las exigencias individuales; por ejemplo con la masificación del automóvil, que como apunta André Gorz en Ecológica (2009), empezó siendo una tecnología de símbolo burgués.

Los modos de agenciamiento para usuarios y clientes lograrían mercantilizar todo tipo de ideación o experiencia subjetual como un bien de consumo interpersonal. Si bien a finales del s.XX Deleuze y Guattari teorizan sobre el deseo como exceso productivo de su objeto, liberador y creativo, en contra de la concepción freudiana como ausencia edípica o falta sometida a una autoridad fálica; por otro lado, mediante dispositivos de captura, el tardocapitalismo logró contextualizar un registro del deseo a través de procedimientos económicos, junto a la generación de consumidores y el mito de la autorrealización individual (o la proyección frente a la muerte en el sentido heideggeriano de Geworfenheit). A partir de entonces se hizo deseable un insaciable desear: la conversión del objeto de deseo (que se desea) en el deseo mismo como objeto causa del deseo. La alienación deseante estructuró consumidores de una vida mediatizada por empresas y servicios. Asimismo, los Cultural Studies propulsados en las universidades norteamericanas desde los años 90, basados a la par en la crítica interseccional (de clase, raza, religión, género…) y la emancipación de la identidad, sufrirán contradicciones internas debido a la inadecuación entre teoría y escena sociopolítica, a la alienación del consumismo neocolonial, a la falta de políticas redistributivas (o crítica económica) y la manipulación mediática, entre otros; por lo que toda clave hermenéutica para la identificación sociocultural será susceptible de re-apropiación por parte de un mercado omnívoro. Hablaremos de tres factores implicados en el agenciamiento consumista y su producción libidinal de identidad: las industrias culturales, la psicopolítica y la liquidez.
En los años 40 los filósofos Theodor Adorno y Max Horkheimer teorizan en singular sobre las industrias culturales en el artículo La industria cultural. Iluminismo como mistificación de las masas (1947), cuyo concepto analiza la cultura en tanto que objeto de la productividad capitalista a partir del papel de los nuevos medios de comunicación tras la Segunda Guerra Mundial dentro de la industria del entretenimiento estadounidense (amusement en inglés). Análogo a la mutación de la propaganda, este concepto describe cómo a través de la compraventa y la defensa del interés mercantil los mass media adquieren la función ideológica de imponer un sistema totalizado a las masas; también de referencias semiológicas. Será desde los años 80 y 90 que el término se disemine en plural, conjuntamente al neoliberalismo financiero y las tecnologías de la información (internet, ordenadores, móviles…), para designar aquellas industrias que producen y comercializan, bajo derechos de propiedad intelectual, contenidos culturales creativos que se adaptan a la digitalización en la sociedades de consumo: editoriales, videojuegos, música, televisión, moda, películas, diseño, artes audiovisuales y escénicas, deporte e incluso publicidad o turismo. Los productos deben ser útiles y atrayentes, tramitando una tipología de diferencias socioculturales bajo narrativas comerciales, según los deseos del consumidor. En la sociedad post-industrial consumir significa invertir en pertenencia social y autorrealización. Dado que la capacidad de acceso a tendencias de consumo será fuente semiótica para la identificación subjetiva, provocará incipientes formas de exclusión y desigualdad que se encuentran más allá de la cultura de clase.
Por otro lado, el término de “psicopolítica” acompaña toda una estela reciente de prefijos anexos y polisémicos. Michel Foucault desarrollaría el neologismo “biopoder” con la intención de aludir al ejercicio de la disciplina política tras el s.XVIII (con el nacimiento de ciencias como la Demografía o la Biología), donde se racionalizan fenómenos y técnicas sobre la vida corporal e individual de las poblaciones, disponiéndoles un sistema de vida. Teóricos operaístas como Negri conciben la “biopolítica” dentro del marco teórico marxista como la rebelión antagónica contra el capitalismo (o sea, el poder constituyente del proletariado frente al “biopoder” del Estado), cuya forma más radical sería el terrorismo. Posteriormente el pensador Achille Mbembé analizaría el concepto de “necropolítica”, el cual expresa el anverso lógico del biopoder en tanto que enuncia cómo algunas personas pueden vivir y cómo otras deben morir, con medios de violencia política extrema que crean muertos-vivientes (colonialismo, esclavitud, apartheid…). Ahora bien, el término que nos atañe aquí, la “psicopolítica”, se gestaría en la URSS a través de un “Manual de Psicopolítica” hecho público en los EEUU durante los años 50 (usado en teoría por el policía Lavrenti Beria).
En un principio, la “psicopolítica” constaba de tratamientos ideológicos y mentales para manipular los pensamientos, creencias y valores de los ciudadanos, so pretexto de evitar comportamientos individualistas – creando obediencia y lealtad a fines colectivistas –, bajo la metáfora de la sociedad como un organismo cuya salud necesita de la colaboración funcional entre todos sus miembros. A partir de la “contrarrevolución neoliberal”, el término “psicopolítica” (a su vez retomado en el s.XXI por autores como Byung-Chul Han) irá a designar las técnicas de dominación que seducen, condicionan y gestionan comportamientos y patrones inconscientes en la coordinación individuo-masa, dirigiendo una economía libidinal. Los ciudadanos se explotarán a sí mismos voluntariamente desde la confusión entre los intereses del cuerpo soberano y la sujección del cuerpo sometido, creyéndose libres sin ser conscientes de la vigilancia y control ejercidos sobre ellos en la hipercomunicación virtual, donde su información personal será recodificada por el Big Data con el fin sostener las estructuras de consumo y la movilidad global del capital.
Por último hablaremos brevemente de la “modernidad líquida”, eslogan del sociólogo Zygmunt Bauman que nos ayuda a entender el anclaje de la identidad al (hiper)consumo. La fase “líquida” de nuestras sociedades ilustra un cambio metafórico en la solidez de las instituciones disciplinarias que orientaban la vida política (trabajo, educación, garantías sociales…), otorgando más poder de organización estructural al corporativismo neoliberal; si bien esta licuefacción conllevará también la aceleración y flexibilidad de todos los procedimientos sociopolíticos. Bauman advierte la “liquidez” subjetiva del consumismo, paralela a la construcción de necesidades bajo una voluntad deseante, en tanto que nuevo contrato social para la integración, estratificación y formación de individuos que se auto-identifiquen a partir de la movilidad económica del consumo; la transfusión sustituye a la dureza del segmento. En estas sociedades se promueve una inestabilidad de los deseos individuales con nuevas formas de producir, desligadas del trabajo industrial, que apoyan nuevos objetivos de vida genéricos (goce, tiempo personal, felicidad…) entendidos a través de la “libertad de elección” en el consumo (que está condicionada por el poder adquisitivo) hasta el agotamiento mismo del deseo por sobre-estimulación.
En esta red los dispositivos psicopolíticos y las industrias culturales perfilan también identidades en base a los aparatos de compraventa. Por condición al acceso del consumo, Bauman afirma que el individuo debe haber devenido un objeto de consumo a la vez, producto de su consumo, invirtiendo en cualidades y atractivos disponibles a las exigencias del mercado para sustentar la movilidad capital. De este modo se imposibilitan comunitarismos éticos y redistributivos, en pro de la explotación de agrupaciones estéticas bajo el criterio supremo del gusto personal, con identidades flexibles, cortoplazistas y sin compromiso ético. El pensador Gilles Lipovetsky dibuja también la condición nihilista y postfundacional del (hiper)consumo en La era del vacío (2006), donde explora el narcisismo bajo un principio de seducción como el arquetipo de subjetividad del homo consumericus, quien asiste a la despolitización indiferente de las culturas de clase, como un agente nómada que persigue apáticamente entre marcas y empresas las mejores experiencias emocionales, las más auténticas e inmediatas, el mayor bienestar; mientras que sus estilos de vida, formas de relación social, gustos y discursos ya están registrados y/o producidos por el sistema comercial del neoliberalismo.
En conclusión, podemos sospechar que la modernidad tardía ha integrado la crítica de los años 60 y 70 en nuevas tecnologías para la manipulación del deseo y la producción de identidad, según la imposición totalitaria de un horizonte sin retorno ni destino. Quizá debamos entender el tardocapitalismo, en guiño a Deleuze, como una máquina de guerra que hace resonar toda línea de fuga desde una codificación molar no-lineal, multi-polar y en fluidez, atrapando la potencia de toda des-territorialización en los registros de la producción deseante, des-codificando toda segmentarización dura para perseverar en el desbocamiento del capital, como un agujero negro en auto-destrucción maquinística. Siempre queda preguntarnos si el azar imprevisible de la intersubjetividad, si una respuesta moral frente a la vulnerabilidad del prójimo, pueden ayudarnos encontrar y concebir un futuro en comunidad, a imaginar otras críticas (imposibles) y otras formas irrepresentables de emancipación.
FUENTES BIBLIOGRÁFICAS
– Adorno, Theodor y Horkheimer, Max (1944) Dialéctica de la Ilustración. Nueva York. Editorial Trotta.
– Bauman, Zygmunt (2001) Community. Seeking Safety in an Insecure World. Editorial s.XXI. – Bauman, Zygmunt (2004) Identity. Conversations with Benedetto Vecchi. Editorial Losada. – Bauman, Zygmunt (2008) Los retos de la educación en la modernidad líquida. Editorial Gedias.
– Boltansky L., Chiapello, E. (2002) El papel de la crítica en la renovación del capitalismo. En: El nuevo espíritu del capitalismo. Madrid. Editorial Akal. pp. 293-298.
– Cusset, F. (2005) Políticas identitarias. En: French Theory: Foucault, Derrida, Deleuze y las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos. Madrid. Editorial Melusina. pp.141-173.
– Deleuze, Gilles y Guattari, Felix (1980) Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia II. Valencia. Editorial Pre-textos.
– Descombes, Vincent (1979) Lo mismo y lo otro. Cuarenta y cinco años de filosofía francesa (1933-1978) Ediciones Cátedra.
– Foucault, Michel (1975) Vigilar y castigar. Editorial s.XXI
– Hurtado Carmona, Jordi (15.11.2019) El agotamiento del deseo. Publicado en El rumor de las multitudes, del periódico El salto diario: https://www.elsaltodiario.com/el-rumor-de-las-multitudes/el-agotamiento-del-deseo
– Lipovetsky, Gilles (2006) La era del vacío: ensayo sobre el individualismo contemporáneo. Editorial Anagrama.
– Lipovetsky, Gilles (2014) La sociedad del hiperconsumo. Vídeoconferencia en el Instituto Tecnológico de Monterrey, México. Publicado en: https://www.youtube.com/watch?v=BhHoyJneyfU&feature=emb_title – Mascareñas Garcés, Marina (2020) El problema de la diferencia. Apuntes UOC. PD Ejercicio 1.
– Velázquez Posadas, Ruslan (2013) La vida de consumo o la vida social que se consume: apreciaciones sobre la tipología ideal del consumismo de Zygmunt Bauman. Publicado en Estudios políticos (México) nº29: http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-16162013000200006
– Villar Gómez, Antonio (2014) La contrarrevolución: la respuesta capitalista al rechazo subjetivo de las instituciones disciplinarias. En Vidas dañadas. Precariedad y vulnerabilidad en la era de la austeridad. Ediciones Artefakte.
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