IA: ¿Inteligencia Artificial o Imperativo Antropocéntrico?
- nemoorou
- 15 mar 2021
- 11 Min. de lectura
Actualizado: 16 jul 2021
(Breve disertación de Samuel Isaac R.R "Robótica e Ingeniería Genética", UOC / enero de 2021)

En la actualidad vivimos rodeados y atravesados por inteligencias artificiales. La performatividad material de nuestro organismo se hace cada día más inseparable del hardware y los mecanismos informáticos, la experiencia se traduce a datos, las narrativas y conocimientos circulan por redes de interconexión mundial, los algoritmos calculan, predicen y formulan probabilísticas de producción y consumo, las finanzas se han digitalizado y la robótica prolifera entre los quehaceres cotidianos (máquinas de cocinar, teléfonos móviles pluri-funcionales, internet, automatización de labores domésticas, desmaterialización semiótica y mercantil…). Mientras tanto, en la era de la modernización global el significado del progreso está de forma inmanente sincronizado con los desastres de la crisis ecológica que suponen el cambio climático y la “canibalización” biosférica de la necro/biopolítica tardocapitalista del Antropoceno, cuyos protagonistas suelen ser poderes (neo)coloniales del Norte global y gobiernos privados neoliberales por la mercantilización de la vida. Creo que ambos fenómenos deben ser observados como un tejido molecular, ya que la potencia de la actual revolución tecno-científica – históricamente la cuarta o la quinta, dependiendo del autor – se afianza a través de inversiones económicas e investigaciones científicas que están lideradas por los intereses de élites corporativas y los grandes acumuladores de capital.
En la industria 4.0, según Klaus Schwab (fundador del Foro Económico Mundial) se entretejen con flexibilidad los sistemas de producción virtuales y físicos con mayores tasas de complejidad en la optimización de inteligencias artificiales y su capacidad de organización e intervención respecto a la vida de las personas. Esto incluye diversos campos como la nanotecnología, la genética, la informática, la clonación, las energías renovables, los coches eléctricos o la computación cuántica. No obstante, algunos so-called-visionares – heraldos del progreso – ya promocionan la cartografía de la industria 5.0, un tránsito conceptual basado en que los avances de las industrias punteras son imparables, ya que sus innovaciones se suceden a un ritmo exponencial, cada vez en menos tiempo. A través de este concepto que augura la próxima revolución (uno de cuyos objetivos sería la creación de superinteligencias), se persigue una transformación en los sectores industriales mediante computación cognitiva y mayores sistemas de inteligencia artificial que conjugan en síntesis lo maquinístico y lo humano (ergo lo orgánico); sus propuestas se centran en una manufacturación personalizada según necesidades individualistas de consumo, la proliferación de cobots (robots-colaborativos que han de sustituir la mano de obra productora y asistirnos en otras áreas), la delegación de tareas en máquinas automatizadas – de modo que la gente disponga de más tiempo libre para el ocio –, el empoderamiento humano, la aceleración de la cadena de montaje y por último, posibilidades de diseño para medidas tecnocráticas de mitigación o, cuanto menos, adaptación ante los peligros del cambio climático.
Según grandes élites corporativas, mediáticas y de investigación, también cabe fantasear con la colonización de otros astros, el final de la hambruna por sobre-explotación de transgénicos, metamorfosis trans-humanas ideales, la resurrección de los dinosaurios o el upload de conciencia a mundos digitales […] Sin embargo, poco se preocupan acerca de los perjuicios e incertidumbres éticas, así como sus efectos adversos o costes ecosociales, ni tampoco reflexionan sobre la ontologización de sus asunciones fundamentalisas en cibernética o sobre las teorías psicológicas de la cognición. Con el fin de elaborar un pronóstico interpretativo y crítico sobre el mundo de la inteligencia artificial, sus riesgos y beneficios, las implicaciones de la bio-tecnología y la informática para la agencia o el significado de la conciencia, junto a la deshumanización sub-textual de muchos de estos procesos y la viabilidad de las salvaciones tecno-utópicas, en primer lugar nos anclaremos a la hermenéutica del ensamblaje cognitivo (assemblange en francés, traducido al castellano como “agenciamiento”), metáfora de la pensadora Katherine Hayles para renovar las tesis delleuzianas sobre la subjetividad en contextos híbridos de interacción maquínico-orgánica. A través de esta conectividad mutante, afectiva y de energías transversales que expresan la connotación del ensamblaje, en contigüidades dis-continuas con la performatividad de la carne – pensemos en internet, por ejemplo – Hayles define la cognición como un proceso interpretativo de información en contextos que la conectan con significados, de modo que un ensamblaje cognitivo representa la inserción o disposición [arrengement] de co-pertenencia y resonancia mutua entre humanos y máquinas, una corporeización de inteligencia procesual que puede experimentar aprendizaje e incrementar sus niveles de cognición, por lo que estas tecnologías afectan a cada vez más dimensiones de la existencia orgánica en el presente, incluyendo la sensibilidad corporal, la toma de decisiones, la colectividad, el inconsciente y la cognición no-consciente.
La capacidad de aprendizaje y retro-alimentación en la inteligencia artificial, respecto al reconocimiento interactivo de imágenes e información, la edición de documentos, la (des/re)codificación biomediática o la comunicación inter-especie se acelera en la posmodernidad y presenta nuevos horizontes de posibilidades materiales e intersubjetivas. La corporeización de inteligencia artificial nace a través de la creación de modelos de nuestra “psyche” con el propósito de intervenir en la materialidad. Podemos imaginar el perfeccionamiento de coches automáticos, prostéticos, nano-medicina, robots antropomórficos que sirvan nuestro interés, nuevos programas informáticos, hologramas y un sinfín de innovaciones tecno-científicas. Las más revolucionarias se investigan por norma desde ámbitos de experimentación militares, empresariales y administrativos que marcan los patrones rítmicos del progreso neoliberal. Reflexionemos por ejemplo acerca de los drones (VANT: Vehículo Aéreo No Tripulado o Remotely Piloted Aircraft System en inglés, RPAS), fabricados desde la Primera Guerra Mundial pero que a finales del s.XX fueron transformándose en robots autónomos voladores con gran multiplicidad de usos militares, comerciales y civiles, hasta ser usado para extinguir incendios o hacer rescates de salvamento. Detrás de la finalidad en el uso del VANT puede haber multitud de personas, tanto decisiones por cadenas jerárquicas de mando como grupos de civiles que los emplean como un medio de diversión.
Entre otras aplicaciones menos benévolas, es difícil olvidar que han sido gestados como “armas autónomas” y sustentan posibilidades de intrusión, localización, exterminio, control e hipervigilancia sin precedentes, como ocurrió con el asesinato del general iraní Soleimani por las fuerzas estadounidenses a principios del 2020, o durante las restricciones de movilidad de Madrid en enero de 2021 debido a la crisis sanitaria del covid-19, cuando el ayuntamiento de la capital destina siete drones para asistir a la vigilancia policial en las 16 zonas de salud confinadas. Los ensamblajes cognitivos [y performáticos] de los VANT, a pesar de que su inteligencia artificial no puede determinar por sí misma los objetivos de ataque, incapaz de diferenciar entre combatientes y civiles, ademas de ser susceptible de causar daños colaterales, sufrir hacking por virus informáticos e identificar objetivos erróneos, en líneas generales abaratan la eficiencia, la producción y el alcance de la industria armamentística. Por tal ventaja en distintos foros internacionales se discute sobre los compromisos ético-sociales que deben acordar usuarios, gobiernos y empresas fabricantes, mientras en otros lugares como la McCain Conference on Military Ethics and Leadership, al contrario, se advierte una extrema precaución a la hora de desarrollar “tecnologías autónomas” que puedan mermar la capacitación social, aconsejando a los gobiernos no implementar estas inteligencias artificiales al metabolismo de sus sistemas, porque introducen el riesgo de provocar fenómenos imprevisibles, mitigan la responsabilidad humana y pueden ser usadas para causar “muertes por algoritmo” que violan el derecho a la vida y la dignidad.
El desarrollo de la inteligencia artificial, bautizada así por el informático John McCarthy en la Conferencia de Darmouth de 1956 con el fin de nombrar aquellas máquinas capaces de procesar conceptos, se ha reforzado en complejidad con algoritmos de “aprendizaje profundo” y redes con-volucionales, habilitando el diseño de robótica con mecanismos que aprenden de los humanos y les apoyan en sus necesidades e intenciones, por lo que cobran a diario mayor relevancia como múltiples dispositivos de mediación holística para la vida en sociedad (trabajo, distribución, reconocimiento, tráfico, burocracia administrativa, métodos policiales y judiciales…) Algunos de los desafíos contemporáneos en el desarrollo de las IA’s son, por ejemplo, la capacidad de aprender sin supervisión y transferir la estructuración de nuevos datos, la profundización en su razonamiento (con nuevas formas de atención y memorística), asegurar un entendimiento de los actos de habla del lenguaje natural o jerarquizar intereses y planificaciones. No obstante, estas formas de automatización tecnológica de patrones en red a través de criterios de organización cada vez más complejos, en cierto sentido, parecen concretar de forma indirecta y unilateral instrumentos “oraculares” de cálculo, servicios y programación que simulan especularmente una onto-teología antropocéntrica de la realidad, en muchos casos personalizada (o cuyas funciones están dispuestas) bajo la universalización de hermenéuticas y presupuestos culturalmente relativos, lecturas de la corporalidad y lo inmaterial que están circunscriptas a determinados contextos históricos.
La sintropía maquinística que expresa el conatus essendi para esta mediación holística de los ensamblajes cognitivos ha articulado la figura postmoderna del cyborg [organismo cibernético, término acuñado por Manfred Clynes y Nathan S. Kline en 1960 sobre la posibilidad de habitar entornos extraterrestres]. Esta forma de hibridez morfológico-funcional [corpóreo-espectral] se centra en mejorar la capacidad performativa de las estructuras orgánicas a través de la inserción de elementos y dispositivos tecnológicos. Además de su experimentación militar, que promete innovaciones de lo más distópicas (como implantes neurales para controlar el movimiento de los tiburones o insectos-cíborg de vigilancia…), en la medicina la sintropía de estos ensamblajes ayuda a restaurar las funciones perdidas de miembros y órganos, mejorando la calidad de vida a través de prostéticos inteligentes y máquinas de asistencia robóticas (estimulación cerebral, implantes retinales, auxilio respiratorio, páncreas artificiales contra la diabetes…). También existen tácticas no-reguladas de biohacking Do-It-Yourself, experimentaciones artísticas de ciencia ficción y deportes-cyborg; los medios de comunicación de masas y la sociedad de consumo se articulan en torno a un modus vivendi tecno-orgánico cada vez más flexible e incierto. Por otro lado, la automatización digital de las finanzas se aprovecha del uso de ordenadores con calculadoras cuánticas para acelerar los procesos de inversión, mientras el proletariado digital en aumento sustenta las dinámicas del Big Data en condiciones de sobre-explotación, así como ocurre con los game testers o los call centers, donde la circulación de datos, la psicopolítica y la información monetarizada parasitan los espacios vitales de la identidad.
La condición metafórica del cyborg también ha sido re-apropiada por feministas como Donna Haraway, quien se manifiesta por la fusión anti-esencialista de lo animal y lo maquínico en lenguajes quiméricos que aúnen coaliciones afines de políticas emancipatorias contra los dualismos antagónicos del discurso occidental y el dominio tecno-semiótico del patriarcado. Debemos recordar que el funcionamiento del Big Data, a través de la hiper-conectividad de interfaces digitales que generan procesos de subjetivación individualistas en regímenes de vigilancia escópicas, depende de una “gubernamentalidad algorítmica” que pre-diseña la normatividad comunicativa de estos canales, automatizando cognición, semántica y etología a la reproducción de usuarios/clientes/empresas, cuyos valores de referencia y auto-identificación en la era de la post-verdad dinamizan la movilidad global de las prácticas de mercado y los intereses de consumo. ¿No acarrea esto que el agenciamiento cyborg zombifica o vampiriza la creatividad operativa del cuerpo humano? En parte, subsume la autonomía personal a la materialización de la ideología capitalista en una multi-realidad de colonización des-politizante, por lo que si el ser humano y la inteligencia artificial son ya inseparables, hará falta reivindicar por la liberación de las reglas del código, en paralelo a la crítica de Haraway, crear un acceso igualitario y directo de participación democrática para modificar las condiciones de agenciamiento, mejorar la calidad de vida desde ensamblajes cognitivos que no sistematicen la uni-versificación totalitaria de las lógicas de mercado, si no que defiendan la gratuidad de la información y abran canales de experimentación afectivos y sociopolíticos.
A continuación exploraremos las conjeturas acerca de superinteligencias y el cambio de paradigma gubernamental que supone la interdependencia maquínico-orgánica del s.XXI. Según la definición de Nick Brostom, una superinteligencia es un intelecto artificial, cibernético y/o digital que supera la performatividad humana en prácticamente cualquier dimensión, sean campos de investigación científica, manufactura industrial, sabiduría genérica e incluso habilidades sociales. Debido a la velocidad de implementación de algoritmos a hardware con mayor rendimiento basados en la modelación del cerebro humano, un dispositivo de superinteligencia podría desarrollarse en pocas décadas a través de arquitecturas cognitivas, redes de ordenadores o tejidos culturales biotecnológicos. Aunque estaría diseñada para el perfeccionamiento humano, Bostrom recomienda en su análisis no antropomorfizar esta ultra-tecnología, incomparable a ninguna otra inteligencia artificial, ya que podría devenir potencialmente un agente autónomo cuya subjetividad, interioridad consciente, motivos e intencionalidades difieran por completo de aquellos que performa la existencia humana. El autor también advierte sobre el efecto de aceleración exponencial que consagraría una superinteligencia, no sólo con la posibilidad de replicarse a sí misma, si no sobre todo al multiplicar los progresos tecnológicos en las demás áreas productivas y de investigación gracias a mayores avances en el desarrollo de inteligencia artificial. A lo largo y ancho de sus mediaciones holísticas, podría aplicarse en poderosos ordenadores, armamento militar postnuclear, aeronáutica espacial, eliminación del envejecimiento y las enfermedades o (hiper)realidades virtuales…
Otra de las fantasías cognitivistas residiría en el uploading de conciencia, a través de la descodificación por escaneo (sub)neural de un cerebro individual y la implementación de un código de estructuras algorítmicas que lo re-componga en mentes artificiales con la misma personalidad y memoria. ¿No supondría esta praxis un ejercicio de vivisección cuyo eje disocia de forma cartesianista la materialidad y lo espiritual? Asimismo, al reducir la ética a un proceso de razonamiento cognitivo, Nick Bostrom asevera que la superinteligencia responderá al pensamiento moral con mayor efectividad que los seres humanos, por lo que los riesgos de su omnipotencia deben ser evaluados y solventados como, según propone él, introduciendo en su software el objetivo último de ser amistoso y filantrópico. La transición puede ayudarnos a resolver los problemas existenciales de la humanidad, siempre y cuando ésta no suponga un problema existencial en sí misma. A otra escala, acontece todo un cambio de paradigma sociocultural, político y económico en referencia a cómo adaptarse normativamente a cada vez más ensamblajes de inteligencia artificial, con qué métodos controlar y regular estos dispositivos, si hasta el cálculo instrumental de objetivos últimos para la IA puede ocasionar efectos catastróficos (discriminación algorítmica, impersonación digital, conflictos en la propiedad y uso de datos, robots asesinos…) Ahora bien, ¿es siquiera realista esta reducción ontológica y ética de la relacionalidad intersubjetiva en los ensamblajes cognitivos o sólo representa una cosificación idealista y sistemáticamente opresiva?
Aparte del increíble gasto energético y extractivo que supondría la tecno-política de esta transición, los aprioris teóricos de fondo se revelarían irreconciliables con la alteridad, ya que la “psyche” humana se interpreta como objeto de análisis, desmembramiento y re-composición (cuyo centro privilegiado sería la convergencia trinitaria conciencia/cerebro/mente), clausurando la apertura intersubjetiva y relacional de la corporalidad, mientras que la inteligencia artificial mimetiza sólo funciones parciales del lenguaje, incapaz de afectividad, serendipia, azar diferencial e inter-corporalidad no-lingüística. La vitalidad misma queda al margen; no hay ningún Otro en la lógica de la Mismidad que encumbra la superinteligencia más allá de la opacidad devuelta por su reflejo. Otros tecno-utópicos llaman al imperativo de perfeccionar la IA para remodelar la existencia humana en la creación de un “buen Antropoceno”, cuya adjetivación es ideológicamente sospechosa, como en el Manifiesto Ecomodernista. Este hiper-humanismo asegura que la tecnocracia resolverá el cambio climático y la dialéctica del Hombre versus Naturaleza, al conectar las promesas de la inteligencia artificial con las narrativas críticas de nuestro tiempo. En su reificación antropocéntrica idealizan el potencial trans-humano de convertirnos en la Especie Divina [The God Specie / Homo Deus], que recuerda inevitablemente al pasaje Así Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza (Génesis, 1:27), tras una inversión por la cual nos hemos adueñado de cada secreto de la materialidad y re-creamos nuestro mundo a capricho.
Estas gigantomaquias se abstraen por completo de la corporalidad inmanente, la reflexión ecológica y cualquier forma de respons-habilización moral. La prédica del destino manifiesto que las acompaña (similar al dominium orbi medieval) reduce la alteridad a instrumentaciones y diseños de planificación económica cuya violencia metafísica unifica una instancia absoluta y discriminatoria de lo que significa ser humano. Los interrogantes éticos y ontológicos relativos a la agencia de las inteligencias artificiales, su simbiogenética antropocéntrica y sus horizontes de posibilidad instan a diálogos transversales y democráticos en cuyas decisiones pueda participar la ciudadanía, por encima de la motivación de los poderes inversores. En conclusión, si lo que deseamos es re-significar el bienestar y las perspectivas de futuro sin que la inteligencia artificial suponga terribles riesgos existenciales, hace falta tener en cuenta las implicaciones inter-específicas y eco/biosemióticas del desarrollo tecnológico, facilitando transiciones que habiliten la capacitación performativa de respuestas colectivas y personales a las dificultades de nuestro tiempo, (alternativas al uso de combustibles fósiles y a la movilidad necro/biopolítica global, asambleas civiles, gratuidad y visibilidad informativas…), alienarnos junto a la tecnología para construir nuestra libertad desde el cuidado ético de la diferencia, así como en la generación de parentescos biocéntricos, la defensa de los derechos internacionales, la optimización de las energías renovables o el decrecimiento económico. ¿Será el imperativo antropocéntrico un violento juego de sombras, o podremos encontrar una sinergia moral del extrañamiento-diferencial-entre-nos/otros, una sim-poética post-humanista crítica a través de la complejidad de ensamblajes y rizomas tecno-biológicos?
FUENTES BIBLIOGRÁFICAS:
– Bostrom, Nick (2003) Ethical Issues in Advanced Artificial Inteligence. En Cognitive, Emotional and Ethical Aspects of Decision Making in Humans and in Artificial Inteligence, Vol 2, Institute of Advanced Studies in Systems Research and Cibernetics.
– Bostrom, Nick (2017) Artificial Intelligence Will Be The Greatest Revolution in History. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=qWPU5eOJ7SQ
– Brandom, Russell (15/11/2016) Humanity and AI Will Be Inseparable. Entrevista a
Manuela Veloso. Publicado en The Verge: https://www.theverge.com/a/verge-2021/humanity-and-ai-will-be-inseparable
– Hayles, Katherine N. (2016) Cognitive Assemblages: Technical Agency and Human Interactions. The University of Chicago. Critical Inquiry. págs. 32-55
– Zylinska, Joanna (2017) Reality and Expectations. Symposium I, Ars electrónica. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=8PY90wbWAn4
– [Pintura de Joos Van Craesbeeck]
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