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El materialismo histórico de Karl Marx

(Informe de Samuel Isaac R.R "El problema de lo social", UOC / abril 2021)

El filósofo y teórico Karl Heinrich Marx (1818-1883), quien transformaría el paradigma del análisis histórico de la época, fue el fundador de la ideología comunista y parte de la ciencia social moderna, influyendo profundamente en la deriva intelectual y política de los siglos posteriores a través de una enorme obra de investigación, periodismo y divulgación que, junto a su coetáneo Friedrich Engels (1820-1895), consagraría su famosa crítica a la economía política y el Manifiesto del Partido Comunista (1848, en coautoría). A lo largo del texto observaremos el marco ontológico-dialéctico con el que Marx concibe El Capital (1867-1883), gran discurso fundamental de sus tesis, a través del Prefacio a la contribución a la crítica de la economía política (1859) y la introducción al ensayo borrador de los Grundrisse o Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (1857-1858), donde ilustra su recorrido académico e intelectual, recopilando anotaciones teóricas para la escritura de su opus magnum y los esbozos del método que iluminará su doctrina política.


Marx combate la filosofía especulativa protagonizada por el idealismo alemán del s.XIX, así como la metafísica hegeliana que presenta la naturaleza en tanto que “enajenación” del “Espíritu absoluto”, inaugurando un proceder crítico e hipo-textual de filosofía dialógica a través del cual predica una inversión (Ümstulpen) o “vuelta del revés” de la dialéctica hegeliana, donde lo verdaderamente real de la naturaleza sea la materia. Asimismo, critica el ser de la naturaleza humana que aparece en el concepto de Gattungswesen (esencia genérica), proveniente del filósofo y científico alemán Ludwig Feuerbach (1804-1872), quien abstrae la presuposición de un fundamento humano inherente a cada individuo como ideal universal, género unificador que brota de la conciencia y determina el ser del conjunto humano de forma permanente y ubicua. Como reivindicación del terreno práctico y la experiencia, Marx responde a este argumento mediante su táctica de inversión, defendiendo que la naturaleza humana proviene del conjunto de las relaciones sociales, es decir, que el ser de la especie no es genérico y se encuentra, en cambio, formado por un entrelazamiento de contextos históricos y culturales, de manera que, en última instancia, el ser social es aquello que determina la conciencia.


Basándose en el atomismo de la antigua Grecia, en el mecanicismo europeo y en el enfrentamiento teórico contra la metafísica [que también encarna el humanismo ateo de Feuerbach], Marx genera las tesis del materialismo dialéctico e histórico, a través del cual interpreta la dialéctica como un movimiento procesual de síntesis entre contradicciones (Aufhebung o revocación) donde lo primordial es la materia y no lo “eidético” o espiritual, cuyo acto de ideación mismo no probaría ni más ni menos que la materialidad transpuesta en lenguaje a través del cogito humano. Sin embargo, denomina “vulgar” el materialismo de Feuerbach y otros intelectuales (que devienen así su punto de partida teórico) en la pre-comprensión de la especie como abstracción genérica e ideal – lo cual tilda incluso de vestigio religioso –, ante lo que propone analizar lo esencial del ser humano como producto de las relaciones sociales, determinantes e independientes a las voluntades de cada individuo. En la generación social de la existencia, los seres humanos están sostenidos por modos de producción materiales, que corresponderían a según qué grado de desarrollo histórico y procesual de sus fuerzas productivas; el conjunto de estas relaciones de producción conforma la base económica de la sociedad, sobre la que se instituye dinámicamente una super-estructura de carácter jurídico, legislativo y político, un organismo de normativización social, estableciendo formas intersubjetivas de conciencia.


Marx no cree que lo concerniente al Estado y la sociedad civil pueda explicarse por sí mismo a través de la evolución idealista del género humano, si no que considera la producción y sus redes materiales como la fuente neurálgica de la socialización. No obstante, esta inversión de la dialéctica hegeliana no conduce a un refutamiento de su estructura, puesto que más bien reproduce su método interno en calidad de quiasmo (o entrecruzamiento); es decir, la sistematización impersonal y científica del discurso marxista conlleva la misma realización hegeliana de síntesis entre posiciones antitéticas, hasta afirmar que en verdad este método de exposición representa la vida misma de la materia. La dialéctica del materialismo histórico se esconde tras el desarrollo de las fuerzas productivas, que a lo largo del tiempo entran en contradicción con los modos de producción ya existentes y con sus relaciones jurídicas de propiedad, por lo que diversos cursos operatorios identificarían las anteriores formas de desarrollo como un obstáculo para el progreso y la mutabilidad de las fuerzas productivas, las cuales habrían de desatar una revolución social. Marx diferencia entre el trastorno material de la base económica (ocasionado por la tensión entre fuerzas y relaciones productivas) y las formas ideológicas o supra-estructurales que son en consecuencia afectadas y mediante las cuales los seres humanos son capaces de asimilar estas crisis y resolverlas.


El autor entiende que el conflicto dialéctico no acontece hasta que existen las condiciones mismas para solucionarlo; de hecho, asegura que ningún tipo de sociedad desaparece hasta que engendra todas las fuerzas productivas que contiene, cuya revolución consiste en una actualización misma de sus potencias. En este sentido, naturaliza su teoría sobre la lucha de clases, [inspirada por la dialéctica del amo y el esclavo] ya que las relaciones jurídicas y de producción que aseguran a la clase burguesa ser dueños de los medios productivos (al explotar las fuerzas del proletariado y extraer su plusvalía) entran inevitablemente en contradicción con el progreso material de las clases trabajadoras. Nos encontramos de nuevo con la inversión quiasmática de la dialéctica hegeliana: hemos de entender que la progresividad epocal de las bases económicas y sus formaciones sociales implica la transformación de los modos de producción, por lo que el antagonismo entre las relaciones de producción burguesas y la conciencia del proletariado, que nace de las determinaciones sociales de la vida humana, contiene en la evolución de sus fuerzas productivas las condiciones materiales que devienen en la superación de sus contradicciones mismas.


Karl Marx también critica a Rousseau su visión naïve del contrato social, que ilustra la abstracción de sujetos independientes entre sí y desatados de sus circunscripciones socio-históricas, constituidos en individuos por naturaleza, no como producto de sus condiciones materiales. Citando al ζῷν πολῑτῐκόν de Aristóteles, el pensador alemán comprende que el ser humano sólo puede individualizarse a través de la sociedad. En el caso de los teóricos del contrato social, cabe explicar que tras la degeneración del sistema feudal, la sociedad civil moderna da lugar a una conciencia de interés y fines privados que sostiene la ilusión del individualismo naturalista. En contra de la idea de producción en general, Marx arguye que la producción siempre es particular a la vez que total, concerniente a las ramas específicas de producción y al supra-organismo intersubjetivo que instituyen. Además, toda producción necesita de instrumentos específicos y de trabajo acumulado (por ejemplo, una mano y la repetición mecánica de un ejercicio), de tal manera que el capital, además de fuente de ingresos, sería también instrumento o agente de producción, trabajo objetivado, [que introduce la ganancia y el interés privado como determinantes productivos], hecho que más allá de las determinaciones específicas constituiría una relación natural, universal e inmutable.


Según Marx, cuando los economistas aseveran que la producción depende de leyes naturales, lo que en el fondo hacen es presentar como inmutables las relaciones de producción de la sociedad burguesa, sus propiedades, jurisprudencia y formaciones sociales de conciencia. En cambio, toda producción consolida ya una apropiación de la naturaleza por parte del ser humano [a través de condiciones sociales determinadas], mientras que todo modo de producción, en tanto que base económica, genera y soporta sus instituciones y formas de gobierno, hasta que éstas se disfrazan de leyes universales, así como bajo la autoridad policial de la sociedad burguesa el “derecho del más fuerte” se ha convertido en “estado de derecho”. Marx responde a las tesis de la economía política – que parten de representar totalmente lo más concreto y abstraer sus determinaciones genéricas – elaborando lo concreto ante el pensamiento como síntesis de múltiples condiciones que unifican la diversidad, así que hará una revisión dialéctica sobre la relación material entre la producción y sus dimensiones inherentes: la distribución, el cambio/circulación y el consumo.


Todos estos términos consagran para Marx un silogismo: la producción, como hecho universal, consta de la apropiación de la naturaleza por parte de los seres humanos para cubrir sus necesidades; la distribución expresa la proporción (quantum) de reparto y participación en los resultados de producción, a la par que el cambio le aporta a la producción una cuota de distribución; ambos constituirían los términos particulares, regidos por la contingencia humana; mientras el consumo, por último, designa la causa final y término singular de la producción en tanto que objeto de uso y disfrute. A continuación explica que la producción es inmediatamente consumo, ya que en su realización se consume un gasto de fuerzas y medios, al mismo tiempo que el consumo es intrínsecamente producción, así como el metabolismo sustenta al cuerpo a través del gasto mismo. En la producción [consumidora] el agente se objetiva; en el consumo [productor] la cosa se subjetiva. Estos dos términos actúan como opuestos dialécticos en una identidad co-dependiente al mediar entre sí para ser definidos, aún irreductibles uno al otro. El producto se convierte en lo que es a través del consumo, tanto porque implica su finalidad como al crear la necesidad misma de producción a través de la idealidad objetual del pensamiento. Asimismo, la producción dota su objeto al consumo mediante la determinación social de los modos de consumo y la necesidad del material a consumir, que a través de la percepción y la capacidad de acceso a sus medios genera el fetichismo de la mercancía.


Las formas sociales de distribución, por otro lado, aparecen como derivados de los agentes de producción (así como el trabajo asalariado concreta una determinación socio-histórica de relaciones productivas). Existen diversos tipos de distribución básica en sociedad, por ejemplo en relación a los instrumentos de producción o al reparto de agentes entre ramas específicas de producción. Si bien algunos economistas debaten la anteposición originaria de la distribución sobre la producción, Marx afirma que la distribución es un momento derivado de la producción, ya que sólo son distribuibles los resultados mismos de ésta, cuyos modos de realización aparecen determinantes de las relaciones distributivas. El cambio, por último, ya sea entre capacidades, tareas o mercancías, constata otro momento incluido en la producción y actúa de mediador entre ésta, la distribución y el consumo. El valor de cambio sólo puede existir en un vínculo unilateral y abstracto con el conjunto de la producción. También hace falta subrayar que la existencia del cambio presupone una división del trabajo, así como el cambio privado necesita de la producción privada. El conjunto orgánico y viviente de la producción, con sus dimensiones constitutivas, exhibe acciones recíprocas de co-determinación dialéctica, donde cada uno de sus momentos (distributivo, circulatorio, consumidor…) surge y se transforma según las relaciones de producción, y éstas a su vez son dispuestas y revocadas por cada momento diferencial.


Aunque el filósofo germano asume que los modos de producción burgueses son la más compleja forma de ordenación productiva – puesto que, en teoría, incluso permiten investigar y comprender los modos de producción que los antecedieron –; sin embargo, a través del materialismo histórico comprende a su vez que la evolución y progreso de las fuerzas productivas, mediante la lucha de clases, hará de la revolución social una dialéctica inevitable que transformará los privilegios de la burguesía y la explotación capitalista. En conclusión, Marx no sólo problematiza la representación universal del trabajo, de la sociedad civil y de la esencia humana en su generalidad, entablando diálogos hipo-textuales con los pensadores de su entorno intelectual, si no que primordialmente diseña un nuevo método de interpretación socio-político y materialista de la historia (a través de la inversión de la dialéctica hegeliana y la producción material como fundamento), que instala otra sistematización de la experiencia social con el propósito de renovarla y superar sus contradicciones desde la praxis intersubjetiva. La influencia de las tesis marxistas en la conciencia social, los estudios sociológicos, la filosofía histórica y los discursos ideológicos posteriores es tan inabordable, a escala e hibridez global, que transformaría los paradigmas y marcos teóricos de análisis socio-histórico, de manera que la constante re-lectura de Marx resulta indispensable para situar los acontecimientos socio-políticos del s.XX y de la actualidad.

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