Ecología Política y Regeneración Ecosistémica
- nemoorou
- 15 mar 2021
- 6 Min. de lectura
(Disertación de Samuel Isaac R.R
"Cambio Climático y Antropoceno", UOC / otoño 2020)

[Descarga de diapositivas sobre el ecocidio del Mar Menor]
El incipiente campo de investigación y praxis interdisciplinar que construye la ecología política se sitúa en la crítica a las fundamentaciones totalitaristas y onto-teológicas de las epistemologías que consagran la modernidad, desplazando la metafísica occidental para cuestionar las condiciones del ser que operan en el seno de la crisis civilizatoria en la globalización, (bajo la experiencia colectiva de falta de sentido histórico), por lo que analiza sus relaciones de poder y contenidos simbólicos, deconstruye las inter-retro-relaciones del ser humano con las redes ecosistémicas, además de prestar atención, mediante la politización de la diferencia, a los procesos de significación cultural que diversifican tanto valores como performáticas en torno a la heurística del concepto-límite “Naturaleza”, siempre abierto y re-apropiable. La ecología en este caso no contempla las “externalidades” al sistema económico desde una racionalidad instrumental que las designa como “fallos del mercado privado” o del gobierno (ergo corregibles por impuestos y regulaciones) si no que se articula desde la clave hermenéutica del metabolismo social, es decir, el flujo de energía y materiales en la economía y la generación y deshecho de residuos (desde la extracción de recursos, importaciones, acumulación, transformaciones y explotación del material hasta las emisiones y exportaciones). La economía neoliberal se caracteriza por no ser circular ni desmaterializarse, así que al pertenecer nuestra especie a un sistema holístico mayor, las “externalidades” se manifiestan como inherentes al sistema, al mismo tiempo que inconmensurables, o en otras palabras, diacrónicas por alteridad y sin criterios de medida común, evidenciando la limitación contingente de los vínculos entre lo factual y lo simbólico, la producción y el conocimiento.
La politización de la ecología orienta el análisis de los conflictos medioambientales a través de las desigualdades, asimetrías y problemas distributivos, en muchos casos efectuados como lucha de relaciones socio-ambientales y de semióticas culturales sobre la “Naturaleza”. El crecimiento económico de la globalización requiere usos intensivos de energía, mayor extracción de recursos, aumento de vertidos, residuos y riesgos medioambientales, entre cuyas consecuencias se encuentra la pérdida de biodiversidad y el reparto de cargas de contaminación, que producen víctimas y primordialmente trastornan las vidas de quienes necesitan cuidar el entorno que les rodea como fuente de sustento y religación cultural. Desde el racismo ambiental en EEUU, el mercado negro tras los vertederos de basura electrónica en Ghana, los “hombres verdes” en la bahía industrializada del Puchuncaví, hasta los refugiados ambientales sin derechos o la exportación de barcos para ser abandonados y desguazados sin control en las costas de la India, los países del Norte global suelen recurrir a la exportación de residuos, a la invisibilización de “daños colaterales” y a la delimitación de “zonas de sacrificio” apoyándose en la “regla de Lawrence Summers”. La respuesta frente a esta situación crítica ha ido articulando desde los años 80 movimientos por la justicia ambiental, que buscan documentar, sensibilizar y protestar sobre los conflictos socio-ambientales en un intento de reformar nuestras acciones colectivas, en conjunción a las reacciones comunitarias de los sectores marginalizados y expoliados por el progreso industrial (incluyendo sociedades indígenas, proletariado sujeto a la División Internacional del Trabajo, luchas interseccionales…) así como en el ecologismo de los pobres, el ecofeminismo o la lucha por los derechos de los refugiados; mientras, por otro lado, se están gestando alternativas, modelos transitivos y micropolíticas para una renovación de nuestros modos de vida ecosistémicos: la agroecología, la permacultura, el decrecentismo económico, la soberanía alimentaria, valores de autosuficiencia y sostenibilidad, reivindicaciones de cuidado político-moral…
La crisis ecológica también convoca una responsabilidad inter-especie, la politización de un hilo de continuidad entre otros seres no-humanos, fuerzas geológicas físico-químicas, artefacción tecno-científica y simbolización cultural. Nutriéndose de diálogos entre ecosofías (como la Deep Ecology, el ecoanarquismo, el conservacionismo…) la ecología política expone la interdependencia relacional y las retro-alimentaciones de esta comunión holística de lo viviente, pero sin edificar un paradigma logocéntrico de identidad absoluta, lejos pues de oposiciones excluyentes, síntesis, binarismos y reducciones epistémicas. Como atestigua el cambio climático de origen antropogénico, a diario nuestra especie opera como una fuerza geológica a escala planetaria cuyos catastróficos efectos desbordan toda responsabilidad individual: diversos agentes corporativos y estatales siguen contaminando la atmósfera con el uso de combustibles fósiles, envían toneladas de plástico, residuos y vertidos tóxicos a ríos, biomas y océanos, reducen la biodiversidad y los nichos ecológicos de otras especies mediante la expansión urbana y el tráfico de mercancías y personas, emplean transgénicos y monocultivos que alteran suelos, hábitats y climatologías, explotan cruelmente a otros seres vivos para la industria alimentaria, producen bioinvasiones, invierten en energía termonuclear e investigaciones sobre armas biológicas, etcétera. Esta des-objetivación del progreso industrial y la globalización, que desequilibran los ecosistemas en la persecución del mayor beneficio económico (sin cálculo ni reparo de peligros medioambientales), bajo una noción antropocéntrica de dominio espiritual sobre el conjunto de los entes, debe ser acompañada por un re-encantamiento crítico de la alteridad, la reformulación de familiaridades y del ser-en-el-mundo, por la educación medioambiental, cambios drásticos de mentalidad, prácticas comunitarias de regeneración y la apertura hacia otro porvenir.
En el mar Menor, por ejemplo, debido al intento de transformar una zona de secano en vergel agroindustrial, no sólo se sobre-explotan e intoxican los acuíferos de la región, erosionando a su vez el paisaje, si no que los vertidos de fertilizantes y otros residuos como los plásticos, junto al desarrollismo urbano y turístico, han provocado episodios de eutrofización que en 2019 culminaron en toneladas de especies submarinas saltando a la superficie para buscar oxígeno y morir. Esta circunstancia afecta a los modos de vida socio-ambiental, a la economía local (granjas, agricultura, pesca…) y a toda especie viviente del entorno. La humanidad pertenece a las redes biogeoquímicas del planeta; dependemos de la calidad de vida ecosistémica (ciclos, patrones, alimentos…) y somos parte de una comunidad radical de seres vivos sin la cual no sería posible nuestra existencia. La ecología política tiene la capacidad de re-valorizar la agencia ético-política desde un marco biocéntrico de análisis en torno a la intersubjetividad biosférica, sin por ello renunciar a la evaluación de intereses y prácticas antropogénicas, si no al contrario, re-ubicándolas constantemente en su interrelación ecosistémica al des-fundamentar las concepciones de la “Naturaleza” que entran en juego, deconstruyendo las agencias sustancialistas a través del estudio de sus condiciones relacionales. No basta con la búsqueda de soluciones a corto plazo que subsanen las “externalidades” económicas o los “daños colaterales” mediante la investigación tecnocrática o la regulación del mercado neoliberal, cuyos efectos aún perpetúan las epistemologías de la modernidad, eximiéndonos de una crítica integral y política sobre nuestras redes de interacción matérico-energéticas.
En el caso del mar Menor, no hará falta sólo sancionar, anular y reparar la corrupción política y la falta de regulación agroindustrial que gestaron el ecocidio (sobreexplotación de acuíferos, erosión del paisaje, vertidos…), aparte de reducir los deshechos urbanos, ejecutar limpiezas intensivas y dar escucha a los informes, propuestas y sensibilidades de la ciudadanía (asociaciones ecologistas, científicos, vecinos, trabajadores…), si no que también serán necesarias propuestas para una re-conversión de la zona afectada con reformas económicas, políticas y estructurales que transformen la habitabilidad en torno a la restauración de la biodiversidad, la calidad de vida ecosistémica, los vínculos de cuidado socio-ambientales… Que confronten la deuda ecológica a través de experimentos colectivos, responsables y biocéntricos de regeneración ecosistémica, porque al fin y al cabo, estos conflictos también son oportunidades para re-capitular y transformar nuestro modus vivendi. La ecología política debe ser capaz de re-significar los diálogos productivos, alentar lugares en común desde el encuentro de diferencias para la capacidad de acción, como la posibilidad de economías circulares en base al decrecentismo, o por otro lado la inversión en energías renovables a gran escala y sus potenciales actualizaciones hacia la autosuficiencia doméstica. Además de la concienciación medioambiental, una posibilidad para el Campo de Cartagena podría ser, en primer lugar, desarrollar tácticas de adaptación climática, como la acumulación y canalización de agua de lluvia (pues la región es azotada por cada vez más gotas frías), la recuperación del terraceo tradicional, (que ayudaría a evitar los argayos y vertidos descontrolados) con modificaciones quizá que permitan la inundación temporal de bancales para el aprovechamiento de agua (mayor variedad de cultivos anuales), pues también es urgente reducir los monocultivos de regadío intensivo a favor de policultivos o la sectorización de bosques de alimentos, entre otros. Por último, deberían crearse redes y colectivos que, a través de estudios científicos, reivindicaciones sociales y sensibilizaciones a la otredad trabajen glocal y conjuntamente por la des-intoxicación de estos ecosistemas y la regeneración de la albufera, ya que los conflictos que enfrenta la ecología política apelan a nuestra responsabilidad como especie terrestre que pertenece a la inmensidad pluriversal de lo viviente para existir.
FUENTES BIBLIOGRÁFICAS:
– Alier Martínez, Joan (2008) Conflictos ecológicos y justicia ambiental. Especial Papeles de relaciones ecosociales y cambio global nº103, págs. 11-27
– Alier Martínez, Joan (11/01/2016) La ecología política y el movimiento global de justicia ambiental. Publicado en Ecología Política: https://www.ecologiapolitica.info/novaweb2/?p=3594
– Cerdá Ortega, Miguel (18/06/2011) Origen y evolución del movimiento de justicia ambiental. Publicado en Ecología Política: https://www.ecologiapolitica.info/novaweb2/?p=4219
– Environmental Justice Atlas (20/05/2020) Mar Menor environmental conflict, Spain. Datos disponibles en la web EJATLAS: https://ejatlas.org/conflict/mar-menor-environmental-conflict-spain#
– Hildyard, Nicholas (3/06/2008) La extracción de combustibles fósiles como generadora de refugiados ambientales. Publicado en Ecología Política: https://www.ecologiapolitica.info/?p=5767
– Leff, Enrique (2003) La ecología política en América Latina. Un campo en construcción. Panamá. Grupo de Ecología Política de CLACSO.
– Pentinant Borrás, Susana (2006) Refugiados ambientales. El nuevo desafío del derecho internacional del medio ambiente. Revista de Derecho Vol 19, nº2, págs. 85-108
– Walter, Mariana (2009) Conflictos ambientales, socioambientales, ecológico distributivos, de contenido ambiental… Reflexionando sobre enfoque y definiciones. Madrid. CIP-Ecosocial, Boletín ECOS nº6
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